Alguien dijo: “Los rincones más recónditos de la tierra comparten la misma luna”. Que difícil resulta creer en esto a veces. Cuando en nuestro rincón del mundo compartimos nuestra cotidianidad con una suficiente dosis de felicidad, entonces ¡que bella es la luna¡,pero cuando el dolor y el sufrimiento acampan en nuestra vida o cuando este dolor y este sufrimiento rodean poco a poco, día a día la vida de las personas que queremos; entonces que difícil resulta descubrir la luna en nuestro cielo. Saltamos a enorme velocidad de un rincón luminoso del mundo a otro en donde la oscuridad parece abrumadora. En esos momentos creer que es el mismo cielo y que en él se encuentra la misma luna que antes nos encandilaba parece una tarea casi exclusiva de titanes o de grandes maestros de la antigüedad. ¡Basta de falsa paciencia¡. El sufrimiento y el dolor no tienen manos con las que agarrarnos, no tienen pies con los que perseguirnos. ¿Por qué narices seguimos siendo sus esclavos?. Necesito recordármelo, necesitamos que unos a otros nos lo recordemos: es la misma luna, ningún lugar escapa a su brillo en ningún momento. Siempre, todos los rincones de la tierra la comparten.
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