El Viernes durante la pequeña conferencia, hablé un poco sobre el sentido que desde la perspectiva de nuestra práctica tiene la palabra delicado. Ayer hablé sobre la palabra gesto, o más bien sobre el espíritu del gesto. Sobre el gesto habitado por el espíritu. En japonés Zanshin.
Cuando entramos en el dojo con el pie izquierdo, cuando hacemos gassho, cuando andamos por el dojo, cuando nos sentamos, nos ponemos el kesa, salimos… cada cosa que hacemos, cada gesto es una manifestación viva de nuestra práctica si este está habitado por nuestro espíritu, si está terminado, completado en el instante. Por supuesto dentro y fuera del dojo es lo mismo. Hay una historia bastante conocida de Ikkyu.
Un monje erudito se encaminó a la ermita que habitaba Ikkyu. Durante su camino comenzó a llover. El monje abrió su paraguas. Al llegar a la ermita lo cerró, se quitó sus zapatos y los colocó juntos a un lado de la puerta. Entró y saludó a Ikkyu: -“Practico desde hace mucho tiempo conozco bien los sutras, estudio y practico con constancia, ahora sería un honor para mi convertirme en su discípulo.” Ikkyu le preguntó de inmediato: -“De que lado de la puerta has dejado tu paraguas”.
Supongo que en este momento el monje pensaría, “¿a qué viene preguntarme por el paraguas?. Encima que le hago el honor de solicitar ser su discípulo, que he venido con humildad hasta aquí, ¿qué narices tiene que ver el paraguas con todo esto?”.
-“ No lo se”, fue la respuesta del monje. -“Entonces vuelve a verme más adelante cuando hayas comprendido algo del zen”, fue la respuesta de Ikkyu. –“¿Cómo, me dices que me vaya por un pequeño error?”. –“Decididamente no has comprendido nada, en el zen no hay pequeños errores”, dijo Ikyyu.
En el zen no hay pequeños errores, quizás tampoco haya grandes errores sólo hay acciones completamente habitadas por el espíritu y acciones que no lo están.
Nada de lo que hacemos es ajeno a la vía. Todo debe expresarla. Sin amaneramientos, sin rigidez, sin actuar como si viviéramos al ralentí. De una manera fluida, presente, honrando cada acción con nuestra plena atención y al tiempo homenajeándola con nuestro olvido inmediato. Sin tratar de atrapar ninguna, sin tratar de agarrar ninguno de estos aquí y ahora. En cuanto lo hacemos, en cuanto nos regodeamos en uno de estos instantes el flujo de nuestra existencia sufre un bloqueo. Los miedos, las enfermedades tienen aquí su raíz.
El gesto habitado por el espíritu, el sueño de la garza volando en el espacio ilimitado.
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