lunes, 18 de mayo de 2015

Una visión diferente de la espiritualidad

A menudo me pregunto cómo nuestra práctica puede concretarse en acciones cotidianas que ayuden al día a día de las personas que nos rodean.  Leer este artículo me ha permitido reencontrarme con esas cosas que ya son posibles, con esas cosas que ya están en nuestras manos al margen de cualquier consideración religiosa elevada.




Aceptar el dolor. Cuando bañarse en lágrimas sana las heridas más profundas

Una visión diferente de la espiritualidad, de la mano de una escritora africana, Sobonfu Somé.

Para muchas personas la pena es una opción. Mirando mi propia vida, me di cuenta de que se trata de una cuestión de vida o muerte. De hecho, a lo largo de mi vida, la pena ha sido un tema importante, desde el llanto infantil para comer hasta el sentimiento de un dolor profundo por pérdidas cuando crecí. Mi primer recuerdo de profunda aflicción fue cuando era pequeña, con cinco o seis años. Una de mis amigos murió. Estaba tan sorprendida y confundida por todo el asunto, especialmente cuando me dijeron no que nunca más lo volvería a ver físicamente. Lloré durante mucho tiempo y no me entraba en la cabeza que mi amigo había muerto. Cada día tenía la esperanza de jugar con él, pero no estaba allí. Mi comunidad me recordaba suavemente, “¿recuerdas que murió?”. Me apoyaron y lloraron conmigo. Aunque lloré durante mucho tiempo, más de un año, se aceptó como algo normal de la vida. Nunca se me pidió, que dejara de llorar, más bien lo contrario: “¿Has llorado suficiente? ¿Has gritado suficiente?”.
Para mi pueblo, los dagaras de Burkina Faso, creemos que en la vida es necesario llorar. Cuando lloro estoy rodeado de familia que me acompaña y puedo lloran tanto como quiero. Experimentamos conflictos, hay seres queridos que mueren o sufren, tenemos sueños que nunca llegan a concretarse, surgen enfermedades, se rompen relaciones y hay desastres naturales inesperados. Es tan importante tener formas de liberar esos dolores para mantener nuestro equilibrio… Dejar a un lado un dolor antiguo sólo hace que este crezca hasta que ahoga nuestra creatividad, nuestra alegría y nuestra capacidad para conectar con los demás. Incluso nos puede matar. A menudo mi comunidad utiliza rituales de duelo para sanar heridas y nos abre a la llamada del espíritu.
Pensaba que esta perspectiva sobre el dolor era natural para todo el mundo, hasta que llegué a Estados Unidos. Estaba con una amiga que había tenido un conflicto con su familia y sabía que la situación no era fácil para ella. Un día la escuché llorando sola en el baño. A través de la puerta, le pregunté si estaba bien. Dijo, “Sí, estoy bien!” Me dije, “Dios mío, hay algo aquí que no cuadra”. Las personas que deberían apoyarla no estaban allí. Sentí el conflicto y me pregunté qué haría mi abuela en esta situación.
Cuando murió mi abuela, yo era una adolescente. Me vi sobrepasada por una pena inmensa, devastadora, que no podía superar. Estaba bloqueada por un sentimiento de rabia, de traición e incluso de odio. Me preguntaba, ¿cómo ha podido mi abuela hacerme esto? Todo el mundo estaba lamentándose a mi alrededor. Me hicieron un espacio. Todos hicieron turnos para consolarse. Por suerte, las setenta y dos horas de tiempo habituales para este tipo de duelo se prolongaron durante cinco días. Cuando todo el mundo había terminado, a mi todavía me quedaban muchas ganas de llorar y las personas todavía permanecían allí para acompañarme. Aunque comencé mi duelo tarde nunca me sentí incómoda con los que me rodeaban. Es natural que las personas que te rodean empiecen a lloran cuando tú lo haces. Sabemos que cuando sientes pena no es personal, es de todo el grupo. Experimentamos una sensación colectiva, para que una persona no tenga que soportar todo el peso del sufrimiento.
Muchos años después, mientras vivía en Estados Unidos, tuve una crisis de relación. Sentí que me moría. Me di cuenta que me sentí sola en mi pena, mi alma, corazón y mente continuamente colisionaban. No encontraba una explicación intelectual a mi sufrimiento. Encontré mucho alivio en diversas comunidades de aquí y cuando llegué a casa todo el mundo me acompañó en la aflicción y, de repente, me sentí más ligera.
Hay un precio para no expresar la tristeza. Imaginémonos si nunca laváramos la ropa ni nos ducháramos. Las toxinas que el cuerpo produce sólo en el día a día acabarían siendo realmente apestosas. Esto es lo que ocurre con las toxinas emocionales y espirituales. Lo que debemos recordar es que cuanto más aumentan estas toxinas, más tendemos a culpar o lastimar a los que nos rodean. Nadie ataca a otro con alegría: cuando alguien lastima o ataca a otro es porque está demasiado herido o afligido.
Puede haber tanta tristeza que crecemos adormecidos por las emociones ignoradas y soterradas que llevamos en nuestros cuerpos. El dolor y el daño inexpresado hieren a nuestras almas y pueden vincularse directamente a nuestro sentimiento general de sequía espiritual y confusión emocional, por no mencionar las muchas enfermedades que experimentamos en nuestras vidas. Muchos sufren condiciones médicas que están relacionadas con el dolor. Llorar, ya sea en privado o en comunidad, tiene muchos beneficios para la salud demostrados científicamente, desde el descenso de la presión arterial y los riesgos de ataques cardíacos al simple hecho de tener una mejor calidad de vida. Necesitamos empezar a ver la pena y el duelo no como una entidad ajena y ni como a un enemigo al que debemos expulsar o enjaular, sino como un proceso natural.
También debemos entender que está muy bien que alguien exprese su tristeza. En el mundo de hoy, la mayoría de nosotros acarreamos penas que ni sabemos. Hemos sido educados desde muy pequeños para no sentir. En Occidente, a menudo nos enseñan que ser niños y niñas buenas pasa por la resignación y el silencio. Las consecuencias son que incluso con tus amigos más íntimos y de confianza puedes sentirte como un lastre. Llorando delante de los demás con demasiada frecuencia es un fruto prohibido. Aprendemos a compartimentar nuestra pena porque expresándola en un lugar inapropiado sólo generará más sufrimiento. Nos enseñan que las personas que están más cercanas de nosotros no tienen forma de acompañarnos cuando nos derrumbamos.
Aún nacemos sabiendo perfectamente cómo llorar. Lloramos naturalmente para sentirnos mejor y encontrar alivio. Si existe una forma para que todos lloremos abiertamente, creo que también disminuirá la culpa y la vergüenza que se da en muchas culturas. Cuando estás en presencia de alguien que sufre, ya no ves su color, es un lenguaje universal. Todos sufrimos. No hay necesidad de culpar a otros. La culpa y la vergüenza provienen de esta incapacidad para expresar nuestra tristeza adecuadamente. ¿Cómo podemos pretender ser felices, pacíficos y amorosos con tanto dolor y tristeza?
Creo que el futuro de nuestro mundo depende mucho de la manera en que gestionamos nuestro dolor y nuestra pena. Las expresiones positivas de nuestro dolor son terapéuticas. Sin embargo, la falta de expresión de nuestra pena o su incorrecta gestión se encuentra en la raíz de la infelicidad general y de la depresión, algo que también provoca guerra y crímenes.
Hay cosas que podemos hacer en la sociedad para ayudar a sanar. Podemos empezar por aceptar nuestra propia tristeza y el sufrimiento del otro. Podemos tener salas de duelo en los espacios públicos donde la gente pueda ir a llorar. He visto que esto ya sucede en diferentes comunidades de Estados Unidos y trabajó para ellos. Las iglesias y demás sitios de culto pueden tener habitaciones para personas que necesiten llorar.
Uno de mis sueños es convertir lugares donde han ocurrido horribles y grandes crímenes en santuarios de duelo donde la gente pueda ir a llorar. Me imagino el Memorial Day no como un día de fiesta y barbacoa, sino como un día para permitirnos afrontar nuestras fricciones diarias, las pérdidas y el dolor como comunidad.
Llorar en comunidad ofrece algo que no podemos conseguir cuando lloramos solos. A través de la validación, el reconocimiento y los testigos, el lamento comunal nos permite experimentar un nivel de sanación profundo y liberador. Cada uno de nosotros tiene un derecho humano básico al amor, la felicidad y la libertad genuinas.

Sobonfu Somé es una de las principales voces en la espiritualidad africana. Recorre el mundo con la misión de sanar, compartir la rica vida espiritual y la cultura de su tierra natal, Burkina Faso. Autora de los libros ‘The Spirit of Intimacy’, ‘Women’s Wisdom from the Heart of Africa’ y ‘Falling Out of Grace’, el mensaje de Sobonfu sobre la importancia del aspecto ritual, comunitario y espiritual en nuestras vidas con un poder y una verdad intuitivos ha hecho que Alice Walker afirmara: “Puede ayudarnos a reunir tantas cosas despedazadas en nuestro mundo occidental moderno.” Es fundadora de Wisdom Spring, Inc. una organización dedicada a la conservación y la difusión de la sabiduría indígena.