A los seres humanos no nos gusta la luz, la clara luz. Esa que pone delante nuestra sin matices cada cosa tal como es. No nos gusta porque nos da miedo ver la realidad, por eso, cada uno de nosotros nos entrenamos durante toda nuestra vida para ensombrecerla, ocultarla, filtrarla, alterarla, para tratar de adecuar su brillo a eso con lo que nos sentimos tranquilos, eso que se enraíza en nuestros hábitos, en nuestra adicciones emotivas. De esa manera ante cualquier alarma de que la realidad tal cual es pueda alcanzarnos ponemos en “on” nuestra capacidad de desvanecernos en nuestros sueños egocéntricos: ¡Qué bien se está aquí, que tranquilo se está, el riesgo ha pasado, podemos continuar desfilando entre las sombras!.
Creo que practicar significa en primer lugar hacerse consciente de este proceso en el que estamos inmersos.
Es más fácil cuando lo hacemos juntos, pero juntos o en solitario, este hacerse consciente nunca es indoloro. Tenemos que remover en la poza de nuestros sufrimientos, levantar el mal olor, tenemos que dejar caer muchas imágenes idílicas sobre nosotros mismos… no, esto nunca es indoloro.
Pero una vez que el proceso se pone en marcha, una y otra vez, con más frecuencia cada vez, comprendemos que todos los esfuerzos que desplegamos para taparlo son inútiles. No hay otro camino para el ser humano que despejar todo esta obscuridad. No podemos obscurecer eternamente lo que sólo puede ser luminoso. No podemos frenar, detener, eternamente la corriente de la vida. Intentar hacerlo es enredarse más y más en el samsara, en el ciclo de las existencias condicionadas por la ignorancia, por la obscuridad, por el sufrimiento.
Por tanto creo que practicar significa en segundo lugar sumergirse voluntariamente en esta corriente de la vida y abandonarse a ella. Evidentemente tampoco esto es fácil. Pero esta corriente siempre encuentra la manera de ayudarnos. Continuamente pone delante nuestra las circunstancias y las oportunidades que nos ayudarán a despertar. Si esto nos da miedo entonces el dojo no es nuestro lugar. Sólo los leones y sus cachorros pueden seguir este camino. Pero no debemos preocuparnos, todos somos leones aunque no seamos conscientes de ello. Sólo tenemos que ponernos disponibles y desde ese instante automáticamente seremos capaces de rugir como un auténtico león.
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