Entre ayer y hoy, ocho personas se han acercado a Kinema para practicar con nosotros por primera vez. Se han organizado unas jornadas de puertas abiertas y nosotros lógicamente hemos mostrado lo que tenemos: zazen.
Siempre que alguien nuevo se acerca a practicar me pregunto que es lo que le trae. Si pensaran que su vida iba a ser en todo momento cómoda, segura y saludable. Si tuvieran la garantía de esto, casi con toda seguridad ninguno de ellos se acercaría a zazen. Estamos educados para perseguir la felicidad, para evitar el dolor, para ocultar el fracaso, para negar la muerte. Sin embargo, la infelicidad, el fracaso, el dolor y la muerte están ahí y acaban convirtiéndose en el mayor acicate para practicar. Inseguridad, fracaso, enfermedad, pérdida, impermanencia son un antídoto perfecto para nuestra imaginación, para nuestro egocentrismo.
Nos gusta pensar que las cosas en nuestra vida están bajo control, pero la vida, una y otra vez nos pone en cuestión. Aunque nos escondamos muy bien, aunque tapemos todas nuestras aberturas, el dolor y la impermanencia nos alcanzan una y otra vez. Y no podemos deshacernos de esto fácilmente. Como el dolor de rodillas durante zazen, mientras más lo negamos más presente está.
Por eso sólo podemos aceptar. Aceptarlo, asumirlo, confrontarnos con todo esto y permitir que nos vaya desgastando, puliendo, limando aristas, aligerando nuestro equipaje, aligerando nuestro espíritu.
No es fácil. Maestro Deshimaru decía: "no es un caramelo".
No es fácil caminar erguido sobre esta gran tierra, no es fácil seguir la vía, no es fácil entrar en el ataud. No es fácil este camino pero sin duda es el más importante sendero que el ser humano puede recorrer. Por eso cada vez que alguien se acerca a zazen por primera vez pienso que sea como sea y por lo que sea, es un gran momento para la vía.
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