Ayer se cumplieron treinta años
de la muerte de Maestro Deshimaru.
El 30 de Abril de 1982 yo estaba en Madrid, en un cuartel, haciendo el
servicio militar. Un compañero del dojo de
Barcelona me llamó por teléfono al cuartel para darme la noticia. Recuerdo que cuando colgué me fui a un
almacén en el que escondía un zafu, me puse mi rakusu de monje sobre el
uniforme y me senté a practicar zazen.
En Sevilla, en Bacelona, en París, en cada sitio donde había discípulos
de Maestro Deshimaru automáticamente y naturalmente nuestro primer impulso al
conocer la noticia era sentarnos en zazen. Maestro Deshimaru había hecho un buen trabajo. Había sembrado la semilla de la
práctica en cada uno de nosotros y esa semilla iba a florecer, más pronto o
más tarde, siempre a partir de zazen, ese zazen que en la distancia todos sus
discípulos compartimos en ese momento.
Ahora treinta años después en nuestro Dojo de Sevilla, en
Seikyuji, en tantos y tantos sitios esta práctica continua.
Después de su muerte en su shanga
hubo un gran desconcierto, dolor, los aspectos más básicos de la naturaleza
humana se pusieron de manifiesto, los aspectos más hermosos de la naturaleza
humana también aparecieron. Luego Etianne, luego Raphael.
Nuestra shanga creció, nuestro templo poco a poco ha ido
desarrollándose. Y zazen continua. Ahora, a menudo, con compañeros en el dharma que ni siquiera habían nacido el día
en que Sensei murió. El hilo de la
seda de la práctica atraviesa, traspasa nuestro tiempo humano extendiéndose
ininterrumpidamente hacia delante y hacia atrás.
El próximo Sábado, al final de la
jornada de zazen en Sevilla recitaremos el Dai Shin Darani, nos acercaremos al
altar y ofreceremos los méritos de nuestra práctica junto al incienso en memoria de Maestro Deshimaru. Me gustaría que a partir de ahora, cada
año repitamos este recuerdo, este agradecimiento. Recordar y agradecer deben acompañar nuestro camino si
queremos que nuestro dojo perdure.
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