Si de alguna manera, a cada uno de nosotros, alguien, pudiera garantizarle una vida segura, cómoda, saludable; si esto fuera posible, casi con toda seguridad nadie seguiría la vía, nadie practicaría zazen.
Estamos educados para perseguir la felicidad, la seguridad, para evitar el dolor, para ocultar el fracaso, para negar la muerte. Sin embargo la infelicidad, el fracaso, el dolor , la muerte están ahí. La inseguridad, el fracaso, la enfermedad y la muerte se convierten entonces en el principal acicate para la práctica, en el antídoto perfecto para el egocentrismo.
Nos gusta dar la imagen de que lo tenemos todo bajo control, incluso acabamos por creernos que lo tenemos todo bajo control. Pero la vida una y otra vez nos pone en cuestión. Aunque nos escondamos muy bien, aunque tapemos todas nuestras aberturas, el dolor y la impermanencia nos alcanza una y otra vez. Y no podemos deshacernos de esto fácilmente. Mientras más lo negamos más presente se hace. Por eso sólo podemos aceptar. Aceptarlo, asumirlo y confrontarnos con todo esto, una y otra vez. Permitir que nos vaya desgastando, puliendo, limando nuestras aristas, aligerando nuestro equipaje, aligerando nuestro espíritu. No es fácil. Como decía a veces Maestro Deshimaru: "no es un caramelo". Pero quien ha dicho que sea fácil caminar erguido por esta gran tierra. Quien ha dicho que sea fácil seguir la vía. Quien ha dicho que sea fácil entrar en el ataúd. No es fácil este camino, la vida, la vía. No es fácil nacer con forma humana. ¿Qué vamos a hacer entonces con esto?.
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