sábado, 6 de junio de 2015

Zazen, la prosternación y alguna perla de Dogen



Como continuación a la "carta de despedida como director de la oficina del Sōtō Zen Europeo", escrita por Giuseppe Jiso Forzani, que publicamos con anterioridad ( el 13 de Abril en el Blog de nuestro dojo), Jiso Forzani escribió una segunda carta en contestación a un interlocutor germano el cual, a su vez, le escribió una carta como reacción a dicha carta de despedida escrita por Jiso. 

Este interlocutor germano, cuya carta podemos encontrar aquí en italiano, le planteaba una serie de cuestiones a Jiso Forzani cuyo sentido, en esencia, resumiría así: Si abandonamos las jerarquías, los ritos y las formas en general del zen japonés, ¿cómo y a través de qué procedimiento se podrán formar las nuevas generaciones de practicantes zen europeos? y, en espejo, ¿qué es lo que el Soto zen japonés puede aportar a la realidad europea?. La traducción de esta segunda "carta de despedida" de Jiso es el siguiente.

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Estimado X

Estoy agradecido por tu carta, y por la honestidad intelectual de acoger y responder con franqueza a mis consideraciones. Ello me da la ocasión de, con mucho placer, responderte. Te ruego por tanto leer, cuando tengas tiempo, esta carta en la cual encontrarás también algunas de las respuestas concretas que me pides.

Sin duda la situación del Soto zen europeo es distinta en los distintos países, e incluso en el interior de cada país se puede afirmar que cada lugar de práctica es un caso particular, pero no es de esto de lo que pretendo hablar en esta ocasión. Más bien deseo poner en relieve cuestiones de carácter general. La primera es que el Soto zen europeo ha sufrido un proceso de clericalización a la japonesa aceptando pasivamente las reglas, los standard, el estilo de la Soto shu japonesa. Los motivos de esta asimilación son diversos, aquí hago una síntesis, con todos los límites que ello comporta, pero la realidad es esta innegablemente. No estoy expresando un juicio, tan solo constatando un hecho. 

Por todas partes en Europa, en la casi totalidad de los dojo, templos, monasterios Soto zen se puede constatar hasta qué punto están influenciados por el modo de hacer japonés. Hemos asumido el modo de vestir, de comer, de moverse, de celebrar los ceremonias (y los instrumentos para hacerlas), de enseñar y de aprender, de establecer relaciones jerárquicas en la comunidad y entre “maestro y discípulo”, de organizar dojo y templo, roles comunitarios... Hemos tomado todo, como si el modo japonés fuese el “exacto” modo según el dharma (alguno han hecho modificaciones, es verdad, pero tan solo se trata de ajustes). 

Un caso único en la historia del budismo. Piensa si los chinos hubiesen imitado a los hindúes, probablemente el budismo no existiría ya en Extremo Oriente y ciertamente el Chan no habría aparecido nunca.

Según yo (y me han hecho falta cuarenta años para darme cuenta)  todo aquello que tenemos que recibir del budismo Soto zen japonés no son más que tres cosas, que ellos han preservado más o menos formalmente hasta hoy: zazen, la prosternación (gasho y/o raihai (sampai), es decir la actitud de inclinarse metafórica y físicamente) y algunas perlas de Dogen. Se trata de tres “cosas” esenciales, pero el resto se puede tranquilamente ignorar, diría que sería mejor ignorarlo, y me permito decirlo porque conozco bastante bien el resto.

Esto no significa, ciertamente, que no hayan habido japoneses (probablemente millares) que hayan vivido y testimoniado con su vida la Vía de Buddha a lo largo de los siglos, hasta hoy. Pero la mayor parte de estos es completamente anónima y no necesariamente compuesta por sacerdotes Soto zen.

Nosotros (sacerdotes Soto zen europeos) hemos importado de Japón incluso las reglas administrativas para ser reconocidos como sacerdotes, creando una casta clerical de la que ni el budismo ni los europeos tienen ninguna necesidad. No es solo cuestión del hecho de que estas reglas no tengan nada que ver con la cultura europea, es que que no proporcionan ninguna garantía ni siquiera para los japoneses. Por otra parte, hemos proporcionado certificados que muchos usan y usarán como si fuesen un certificado de “maestro zen”, una locura desde el punto de vista del budismo y una estafa hacia quien se lo cree.

Incluso si se actúa de buena fe y se esta animado por las mejores intenciones se ha establecido en Europa, con la activa complicidad de los japoneses, la idea de que existe una especie de profesión que podríamos llamar enseñante, maestro, o más simplemente “responsable de una estructura que iza la bandera del dharma”, bien sea un dojo, un templo, un monasterio, siguiendo más o menos el modelo japonés; y que es necesario aprender a ejercer ese trabajo, esa profesión .

Esto me conduce a la segunda cuestión de la cual hablo al comienzo de esta carta. Una vez que se acepta esta concepción y para quien se encuentra en la posición de “responsable de la comunidad”, el cuidado que debe ponerse en el empeño de aprender el dharma -pienso que no debería olvidarse nunca que somos todos y siempre aprendices del dharma y que el único y verdadero maestro es el Buddha-dharma- es dejado de lado y es desplazado poco a poco por la preocupación de enseñar a los otros y de sostener, mantener, reforzar, incluso ampliar la estructura de la que uno es responsable. 

Creo que estas condiciones llevan aparejadas dos consecuencias: una es la de comenzar a pensar, a veces incluso inconscientemente, que el “desarrollo” del dharma depende de nuestros esfuerzos; la otra es pensar que se podría valorar la propia adhesión al dharma y la bondad del testimonio propio por el “éxito” de la estructura comunitaria de la que se es responsable. Sé de lo que hablo, he sido responsable de dojo y de comunidad con residentes durante más de veinte años. Pero, por fortuna, el florecer del dharma no depende de nuestros esfuerzos y el éxito no es una vara de medir sobre la Vía de Buddha, que es constitutivamente una vía de pérdida.

Pienso que el Zen europeo (y también el japonés, pero esa es otra historia y otro discurso) ha llegado a un punto en el que debería pararse. Es el mismo discurso que concierne a la sociedad contemporánea, todos no hablan sino de crecimiento, mientras que la única cosa que habría que hacer sería pararse y cambiar el modelo de civilización. 

Hemos hecho un gran trabajo, como escribía en mi carta, pero ahora corremos el peligro de equivocarnos respecto a nuestro papel. La historia del budismo y del Zen en Europa es muy joven, apenas ha comenzado. Han hecho falta siglos en China antes de que el budismo chino se manifestase abiertamente y no veo porqué aquí debería de ser distinto. 

Hay un largo trabajo de preparación de la tierra a hacer. Sin preparar como se debe la tierra, se puede sembrar, plantar, trasplantar aquello que se quiera, pero nada desarrollará nunca raíces. Nuestra función histórica es la de las lombrices, la de preparar la tierra. La obra de las lombrices es esencial, sin ellas la tierra no sería fértil y el género humano no podría cultivar ningún huerto, ni obtener ningún fruto. Una obra esencial y anónima. Pero la lombriz que hace su parte como debe, no se plantea el problema de cual cultivo crecerá en la tierra que oxigena. No es este su papel ni su problema.

Vuelvo un momento sobre la cuestión, que parece haber chocado, de nuestra edad cronológica (incluso si tu eres más joven, pero poco importa). Lo que digo no tiene nada que ver con el número de años de práctica zen y de sentarse en zazen, sino con la mentalidad de las personas mayores que tiende naturalmente a la conservación, incluso si se hace zazen. Son los jóvenes los que deben de hacer las reformas y las revoluciones. Estoy convencido de que no se debería hacer de responsable de un dojo, de un templo, de un monasterio por más de diez años, quince años (veinte como máximo, en el caso de ser pioneros como nosotros), de otra manera se convierte en una profesión, en la imposición de un estilo, en la convicción de ser indispensables.

Por tanto mi “propuesta” es simple y concreta: parar la máquina, bajarse, contemplar el paisaje, sentarse allí donde se esté. Nada se perderá del trabajo hecho.

Me preguntas dónde se formará la nueva generación y cual es mi propuesta concreta para formarla. Respondo: donde sea que las personas vivan. No hay necesidad de un monasterio para recibir una buena educación, la vida la proporciona mucho más que la regla en un lugar cerrado. Y en el fondo no es una cuestión de “formar”, yo he usado este término y quizás no es la palabra adecuada. No existe, afortunadamente, un modelo de hombre o mujer zen que sirva de molde para “formar” las personas de la nueva generación. Se formará sola. Es suficiente indicar, antes que nada con el ejemplo vivo, cuales son los instrumentos usados desde siempre para la propia formación: zazen, profundización, honestidad. 

Zazen es zazen, la profundización es el estudio de la enseñanza budista y de nosotros mismos, la honestidad es espiritual, intelectual y comportamental, y yo creo que se aprende mejor intentando vivir según el dharma en la sociedad que en un monasterio.

Se vuelve por tanto a la cuestión del estudio y de la relación con el Soto shu japonés. Si de verdad los japoneses están interesados en el desarrollo del futuro Soto zen europeo y no solo en reproducir en Europa la copia de su pésima institución clerical, deberían utilizar el dinero que tienen en abundancia para sostener a los europeos que quieran estudiar las enseñanzas budistas, en vez de desperdiciarlo en proyectos insensatos, como el edificar un senmon sodo japonés en Europa, como pretenden hacer en los Estados Unidos con un proyecto absurdo y vergonzosamente costoso, para “formar” según el modelo japones a los sacerdotes zen occidentales. Eso sí que sería un triste fin para la historia del zen occidental.

Me excuso por haber tomado prestado tu tiempo para leer esta larga carta, concluyo aquí y de aquí en adelante me callo, aquello que tenía que decir lo he dicho repetidamente.

Un fraternal saludo.

Jiso


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 Traducción: Roberto Poveda Anadón

lunes, 18 de mayo de 2015

Una visión diferente de la espiritualidad

A menudo me pregunto cómo nuestra práctica puede concretarse en acciones cotidianas que ayuden al día a día de las personas que nos rodean.  Leer este artículo me ha permitido reencontrarme con esas cosas que ya son posibles, con esas cosas que ya están en nuestras manos al margen de cualquier consideración religiosa elevada.




Aceptar el dolor. Cuando bañarse en lágrimas sana las heridas más profundas

Una visión diferente de la espiritualidad, de la mano de una escritora africana, Sobonfu Somé.

Para muchas personas la pena es una opción. Mirando mi propia vida, me di cuenta de que se trata de una cuestión de vida o muerte. De hecho, a lo largo de mi vida, la pena ha sido un tema importante, desde el llanto infantil para comer hasta el sentimiento de un dolor profundo por pérdidas cuando crecí. Mi primer recuerdo de profunda aflicción fue cuando era pequeña, con cinco o seis años. Una de mis amigos murió. Estaba tan sorprendida y confundida por todo el asunto, especialmente cuando me dijeron no que nunca más lo volvería a ver físicamente. Lloré durante mucho tiempo y no me entraba en la cabeza que mi amigo había muerto. Cada día tenía la esperanza de jugar con él, pero no estaba allí. Mi comunidad me recordaba suavemente, “¿recuerdas que murió?”. Me apoyaron y lloraron conmigo. Aunque lloré durante mucho tiempo, más de un año, se aceptó como algo normal de la vida. Nunca se me pidió, que dejara de llorar, más bien lo contrario: “¿Has llorado suficiente? ¿Has gritado suficiente?”.
Para mi pueblo, los dagaras de Burkina Faso, creemos que en la vida es necesario llorar. Cuando lloro estoy rodeado de familia que me acompaña y puedo lloran tanto como quiero. Experimentamos conflictos, hay seres queridos que mueren o sufren, tenemos sueños que nunca llegan a concretarse, surgen enfermedades, se rompen relaciones y hay desastres naturales inesperados. Es tan importante tener formas de liberar esos dolores para mantener nuestro equilibrio… Dejar a un lado un dolor antiguo sólo hace que este crezca hasta que ahoga nuestra creatividad, nuestra alegría y nuestra capacidad para conectar con los demás. Incluso nos puede matar. A menudo mi comunidad utiliza rituales de duelo para sanar heridas y nos abre a la llamada del espíritu.
Pensaba que esta perspectiva sobre el dolor era natural para todo el mundo, hasta que llegué a Estados Unidos. Estaba con una amiga que había tenido un conflicto con su familia y sabía que la situación no era fácil para ella. Un día la escuché llorando sola en el baño. A través de la puerta, le pregunté si estaba bien. Dijo, “Sí, estoy bien!” Me dije, “Dios mío, hay algo aquí que no cuadra”. Las personas que deberían apoyarla no estaban allí. Sentí el conflicto y me pregunté qué haría mi abuela en esta situación.
Cuando murió mi abuela, yo era una adolescente. Me vi sobrepasada por una pena inmensa, devastadora, que no podía superar. Estaba bloqueada por un sentimiento de rabia, de traición e incluso de odio. Me preguntaba, ¿cómo ha podido mi abuela hacerme esto? Todo el mundo estaba lamentándose a mi alrededor. Me hicieron un espacio. Todos hicieron turnos para consolarse. Por suerte, las setenta y dos horas de tiempo habituales para este tipo de duelo se prolongaron durante cinco días. Cuando todo el mundo había terminado, a mi todavía me quedaban muchas ganas de llorar y las personas todavía permanecían allí para acompañarme. Aunque comencé mi duelo tarde nunca me sentí incómoda con los que me rodeaban. Es natural que las personas que te rodean empiecen a lloran cuando tú lo haces. Sabemos que cuando sientes pena no es personal, es de todo el grupo. Experimentamos una sensación colectiva, para que una persona no tenga que soportar todo el peso del sufrimiento.
Muchos años después, mientras vivía en Estados Unidos, tuve una crisis de relación. Sentí que me moría. Me di cuenta que me sentí sola en mi pena, mi alma, corazón y mente continuamente colisionaban. No encontraba una explicación intelectual a mi sufrimiento. Encontré mucho alivio en diversas comunidades de aquí y cuando llegué a casa todo el mundo me acompañó en la aflicción y, de repente, me sentí más ligera.
Hay un precio para no expresar la tristeza. Imaginémonos si nunca laváramos la ropa ni nos ducháramos. Las toxinas que el cuerpo produce sólo en el día a día acabarían siendo realmente apestosas. Esto es lo que ocurre con las toxinas emocionales y espirituales. Lo que debemos recordar es que cuanto más aumentan estas toxinas, más tendemos a culpar o lastimar a los que nos rodean. Nadie ataca a otro con alegría: cuando alguien lastima o ataca a otro es porque está demasiado herido o afligido.
Puede haber tanta tristeza que crecemos adormecidos por las emociones ignoradas y soterradas que llevamos en nuestros cuerpos. El dolor y el daño inexpresado hieren a nuestras almas y pueden vincularse directamente a nuestro sentimiento general de sequía espiritual y confusión emocional, por no mencionar las muchas enfermedades que experimentamos en nuestras vidas. Muchos sufren condiciones médicas que están relacionadas con el dolor. Llorar, ya sea en privado o en comunidad, tiene muchos beneficios para la salud demostrados científicamente, desde el descenso de la presión arterial y los riesgos de ataques cardíacos al simple hecho de tener una mejor calidad de vida. Necesitamos empezar a ver la pena y el duelo no como una entidad ajena y ni como a un enemigo al que debemos expulsar o enjaular, sino como un proceso natural.
También debemos entender que está muy bien que alguien exprese su tristeza. En el mundo de hoy, la mayoría de nosotros acarreamos penas que ni sabemos. Hemos sido educados desde muy pequeños para no sentir. En Occidente, a menudo nos enseñan que ser niños y niñas buenas pasa por la resignación y el silencio. Las consecuencias son que incluso con tus amigos más íntimos y de confianza puedes sentirte como un lastre. Llorando delante de los demás con demasiada frecuencia es un fruto prohibido. Aprendemos a compartimentar nuestra pena porque expresándola en un lugar inapropiado sólo generará más sufrimiento. Nos enseñan que las personas que están más cercanas de nosotros no tienen forma de acompañarnos cuando nos derrumbamos.
Aún nacemos sabiendo perfectamente cómo llorar. Lloramos naturalmente para sentirnos mejor y encontrar alivio. Si existe una forma para que todos lloremos abiertamente, creo que también disminuirá la culpa y la vergüenza que se da en muchas culturas. Cuando estás en presencia de alguien que sufre, ya no ves su color, es un lenguaje universal. Todos sufrimos. No hay necesidad de culpar a otros. La culpa y la vergüenza provienen de esta incapacidad para expresar nuestra tristeza adecuadamente. ¿Cómo podemos pretender ser felices, pacíficos y amorosos con tanto dolor y tristeza?
Creo que el futuro de nuestro mundo depende mucho de la manera en que gestionamos nuestro dolor y nuestra pena. Las expresiones positivas de nuestro dolor son terapéuticas. Sin embargo, la falta de expresión de nuestra pena o su incorrecta gestión se encuentra en la raíz de la infelicidad general y de la depresión, algo que también provoca guerra y crímenes.
Hay cosas que podemos hacer en la sociedad para ayudar a sanar. Podemos empezar por aceptar nuestra propia tristeza y el sufrimiento del otro. Podemos tener salas de duelo en los espacios públicos donde la gente pueda ir a llorar. He visto que esto ya sucede en diferentes comunidades de Estados Unidos y trabajó para ellos. Las iglesias y demás sitios de culto pueden tener habitaciones para personas que necesiten llorar.
Uno de mis sueños es convertir lugares donde han ocurrido horribles y grandes crímenes en santuarios de duelo donde la gente pueda ir a llorar. Me imagino el Memorial Day no como un día de fiesta y barbacoa, sino como un día para permitirnos afrontar nuestras fricciones diarias, las pérdidas y el dolor como comunidad.
Llorar en comunidad ofrece algo que no podemos conseguir cuando lloramos solos. A través de la validación, el reconocimiento y los testigos, el lamento comunal nos permite experimentar un nivel de sanación profundo y liberador. Cada uno de nosotros tiene un derecho humano básico al amor, la felicidad y la libertad genuinas.

Sobonfu Somé es una de las principales voces en la espiritualidad africana. Recorre el mundo con la misión de sanar, compartir la rica vida espiritual y la cultura de su tierra natal, Burkina Faso. Autora de los libros ‘The Spirit of Intimacy’, ‘Women’s Wisdom from the Heart of Africa’ y ‘Falling Out of Grace’, el mensaje de Sobonfu sobre la importancia del aspecto ritual, comunitario y espiritual en nuestras vidas con un poder y una verdad intuitivos ha hecho que Alice Walker afirmara: “Puede ayudarnos a reunir tantas cosas despedazadas en nuestro mundo occidental moderno.” Es fundadora de Wisdom Spring, Inc. una organización dedicada a la conservación y la difusión de la sabiduría indígena.

lunes, 13 de abril de 2015

Carta de despedida como director de la oficina Sōtō Zen Europeo - Giuseppe Jiso Forzani

Queridos Amigos y Amigas.

El comienzo de la primavera coincide este año, en mi caso, con el fin del encargo como director de Oficio europeo del Budismo Sōtō Zen. Con ocasión de esta contingencia de un fin y de un comienzo, permitirme dirigiros algunas palabras de  despedida.

Os agradezco, individual y colectivamente, por la compañía que hemos mantenido en el transcurso de estos años. Ha sido para mí una buena compañía, bajo el lema de la franqueza y de la paz.

Quiero además añadir algunas consideraciones, que son también la síntesis de lo que he escrito a comienzos de este año, en la carta de despedida dirigida a los responsables del departamento internacional del Shūmuchō de Tokyo del que la Oficina europea depende.

El Sōtō Zen europeo ha tomado gradualmente una forma institucional bastante definida, Esta forma no se ha originado para perseguir un objetivo común  y siguiendo un diseño orientado a realizar aquel fin, sino por una exigencia, sentida inicialmente por algunos y que después se ha convertido de hecho en la línea guía para todos, de resolver algunos problemas contingentes de gestión práctica, sobre todo de tipo administrativo. Me refiero a la adquisición de la ordenación japonesa para definir y reconocer las figuras que realizan en Europa la actividad misionera y de difusión del Sōtō zen, pero no solo. El modelo japones, en un tiempo fuertemente criticado en Europa a menudo sin ni siquiera conocerlo, resulta hoy asumido casi acríticamente como el único válido tradicionalmente, a veces con algún retoque ocasional, en el intento de amalgamar la forma japonesa con la realidad europea.

Nos encontramos pues al interior de una progresiva y casi despreocupada japonesización del Sōtō Zen europeo en cuanto institución clerical. Quien observase el fenómeno desde fuera no podría sino concluir, con razón, que se está intentando importar en Europa el Sōtō Shū japonés, recreando aquí la misma atmósfera, la misma estructura y la misma función que el Sōtō Zen tiene en Japón. Es el camino fácil y habrá siempre en Europa personas fascinadas por la estética japonesa e impresionadas por la seriedad y la fiabilidad del comportamiento de los japoneses y que buscarán imitarlo creyendo que esto equivale a la “verdadera práctica tradicional del auténtico Budismo Zen”. Esta es la ola ahora en boga, y personalmente considero que desaparecerá en breve, no dejando un rastro duradero.

Europa tiene una base cultural y religiosa no homologable a la japonesa y los europeos tienen una estructura antropológica diferente de la de los japoneses, es por tanto fácil prever que el camino imitativo no dará más que efímeros resultados.

Pero incluso si esta predicción estuviese equivocada, no se puede ignorar que la realidad del  Sōtō Shū japonés está muy lejos de de ser un modelo ejemplar. Muchos sacerdotes Sōtō Zen japoneses reconocen que el sistema educativo de los jóvenes sacerdotes es aproximativo y anacrónico y debería de ser urgente y profundamente reformado, porque no estimula el espíritu de búsqueda de los individuos y no proporciona instrumentos válidos para alimentar la evolución espiritual. Ese sistema está estructurado de forma que vuelve insignificante aquello que nosotros llamamos vocación espiritual. La adopción de ese sistema en Europa, donde no existen ni siquiera las condiciones históricas y sociales que lo hacen justificable en Japón, corre el riesgo de extinguir el impulso de búsqueda y de vocación que ha caracterizado la primera fase de la presencia del Zen en Europa. La dramática ausencia de jóvenes en la mayor parte de las comunidades Zen europeas es una señal evidente de esta situación.

Creo que la primera generación de sacerdotes Sōtō Zen europeos, que es mi generación, no puede dar, desde sus propias fuerzas, ninguna contribución de renovación al desarrollo del Sōtō Zen en Europa. Está compuesta por personas próximas a los setenta años, cuando no más. Hemos hecho un notable trabajo como pioneros, pero estamos ahora en una fase fisiológicamente conservadora, y por tanto ya no en condiciones de realizar la necesaria renovación. Sería oportuno dejar esta tarea a personas jóvenes, enérgicas, curiosas intelectualmente, no sobrecargadas por el legado de una historia que, aun siendo breve, no está ausente de sombras y de cargas. Hasta que esta nueva generación no se halla formado y se vuelva autónoma, es veleidoso y prematuro querer establecer una regla guía común para la formación religiosa, admitiendo provisionalmente que este sea un objetivo a perseguir. Es la ocasión en cambio de proveer de instrumentos adecuados para el estudio de las enseñanzas y la práctica del budismo a las nuevas generaciones, que serán los interpretes vivientes del futuro del budismo. Para ir en esta dirección la colaboración con el Sōtō Shū japones puede ser  valiosa, en el caso de que también desde aquella parte se manifieste la voluntad de ponerse realmente juntos al servicio de la realidad europea, escuchando su voz y aprendiendo a conocerla.

Envío como conclusión deseos de buena salud y de buen trabajo a cada uno de vosotros y al nuevo equipo de la Oficina europea, el director rev. Sekiguchi Dōjun, el rev. Tōgen Moss y el rev. Terumoto Taibun.

Un fraternal saludo


Jisō Forzani

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miércoles, 17 de diciembre de 2014

Una suerte muy rara.


En el Shushogi está escrito:  “ Nacer con forma humana es una suerte muy rara, como rara es la suerte de entrar en contacto con el Dharma de Buda”. 
El nacimiento es el undécimo vínculo de producción condicionada.  El primero es la ignorancia. El último la muerte, que impulsa de nuevo a la ignorancias y todo recomienza.
Cuando las causas están reunidas el resultado establecido se produce.  Las causas se reúnen a lo largo de las vidas de nuestros antepasados, generación tras generación. Nuestra madre y nuestro padre las certifican en el momento de la concepción. Las posibilidades son infinitas, los resultados posibles son infinitos, pero nuestros padres han reunido las causas exactas que provocan que los cinco agregados tomen la forma que conocemos como yo. Esta es una suerte muy rara.  Si lo vemos, si lo sentimos, si nos estremece, ¿qué pensamos hacer con esto?.

Hemos por tanto nacido con forma humana y además hemos entrado en contacto con el Dharma del Buda.  Una línea infinita de antepasados han reunido las causas, una línea infinita de Patriarcas han protegido el Dharma y ahora nosotros estamos aquí, justo en el vértice de estas dos líneas que coinciden.  ¿No os produce un escalofrío?.

En unos días llegaremos a un nuevo fin de año.  El momento de los grandes votos.  Si  nos estremecemos ante esta confluencia, hagamos el voto de profundizar en la práctica con toda nuestra energía, juntos, en nuestro pequeño Dojo de Sevilla. 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Karma


Tras el taller-Dharma del sábado pasado en el dojo surgió el tema del karma y de la reencarnación.  Ambos son temas complejos. Para muchos es absurdo hablar de Budismo sin aceptar la reencarnación.  Según estos, el interés del Buda en la liberación se centraba en la liberación de la cadena de reencarnaciones. Esta afirmación parece históricamente evidente pero ¿qué se reencarna?.  El Buda habla de la ausencia de un “si mismo” individual y permanente o de un alma que pueda pasar de cuerpo en cuerpo en el curso de vidas sucesivas.  El “si mismo”, sólo existe en dependencia de los cinco agregados y estos a su vez son fenómenos compuestos e impermanentes.   
Algunos maestros han hablado sobre un continuum de conciencia…

En el zen hablamos de los doce lazos de la producción condicionada. Estudiar estos lazos nos permiten entender un poco mejor la relación entre karma y transmigración. Maestro Deshimaru habló sobre esto. Quizás puede ser interesante estudiar sus palabras sobre este tema para el próximo Taller-Dharma.  En el Visudhimaya Sutra se dice: “Cuando esto existe aquello existe.  Cuando esto aparece aquello aparece. Cuando esto no existe aquello no existe tampoco. Cuando esto se termina aquello se termina.”  

Karma. “Los hechos siguen naturalmente a las causas”. Karma es un término budista que en occidente se ha banalizado.  Evidentemente no tengo ninguna autoridad para ponerme a  hablar sobre el karma, pero si me gustaría dejar constancia aquí de un par de reflexiones que me hago al respecto. 
En primer lugar me sorprende la capacidad que tiene el ego humano, sobre todo en occidente, de tomar posesión, de apoderarse de cualquier cosa que se ponga a su alcance.  Por ejemplo: hablamos de mi karma. Da igual que hablemos de un karma subjetivamente negativo o subjetivamente positivo. Es mi karma, MIO.  Tengo la impresión que el posesivo en relación con el karma es desconocido en oriente.   Se habla de karma no de mi karma.
Cualquier pensamiento, palabra, o acción provoca o promueve una consecuencia.  De una manera gráfica es como si cada una de estas cosas se convirtiera en una piedrecita que arrojamos al gran lago de las condiciones y circunstancias.  Estas piedrecitas provocan ondas que en algún momento retornan a nosotros.  Pero cuando utilizamos esta imagen pensamos en un lago tranquilo en el que el movimiento y la respuesta a ese movimiento es provocada sólo por nuestras piedrecitas.  Cuando hablamos de karma y no de mi karma el lago tranquilo se transforma en un lago atravesado continuamente por miles, por millones de ondas.  Estos miles, millones de ondas interactúan, influyen, frenan, e impulsan las propias. Con lo que el resultado que “recibimos” es el de la interrelación de todas esas infinitas ondas influenciándose las unas a las otras.  No se si esta percepción del karma es o no canónica.  Pero creo que es más cercana a la ineludible interrelación de cada cosa del universo con todas las demás.  Desde esta perspectiva, para mi al menos, es más evidente el hecho de que lo importante no es tanto cambiar el sentido del karma sino de reducirlo o lograr disolverlo. Y es aquí donde zazen se convierte en piedra esencial.  Zazen es el gran no hacedor de karma. Esto nos deja entonces espacio y perspectiva para deshacer, para disolver el karma anterior. Bueno, quien sabe. ¿Tiene esto algún sentido para vosotros?


lunes, 21 de julio de 2014

Los costes de la espiritualidad


Me he permitido trasladar a nuestro Blog este artículo de Jiso Forzani publicado hoy en el blog Huellas de Zen. En nuestro dojo, en nuestra práctica juntos, compartimos plenamente desde el comienzo este criterio que expresa Jiso en su artículo. Es bueno que alguién con su autoridad moral lo exprese públicamente. 



Huellas de Zen - lunes, 21 de julio de 2014


Los costes de la espiritualidad. Jiso Forzani.

Desde hace algunos años Jiso Forzani desarrolla el rol de Sokan, es decir, Director de la oficina europea de la Soto shu, delegación en el exterior del brazo administrativo del budismo Soto zen japones. Desde aquella alta sede tiene la posibilidad, y a menudo el deber, de observar de cerca como en los distintos “centros” zen europeos es conjugada la práctica religiosa con el dinero. Tras la enésima experiencia, sin citar ningún sitio en particular, nos ha enviado el articulo que sigue, dirigido a todos los lugares en los que se practica zazen. Pero podría igualmente dirigirse a todos los lugares de práctica, independientemente de la religión a la que pertenezcan.






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Los costes de la espiritualidad

Jiso Forzani



Recientemente he tenido la oportunidad de hablar sobre el tema de los costes de participación en retiros espirituales zen (sesshin) y, en general, en las actividades de los distintos centros de práctica zen actualmente existentes un poco por todas partes en Europa. He reunido algunas ideas para una reflexión que deseo hacer públicamente, porque creo que se trata de un tema de importancia crucial. Durante la charla surgió una cuestión planteada de la siguiente manera: hay personas que, aun no teniendo particulares dificultades económicas y que no escatimarían gastos si se trata de adquirir el último teléfono inteligente que haya en el mercado, se sienten obligadas a ahorrar en los gastos de participación en la práctica espiritual, por una especie de ideología de la pobreza. El tema me ha hecho pensar, y cuanto sigue es el producto de mi reflexión.

El problema no es, creo, la actitud de las personas que quieren ahorrar o la oferta de una espiritualidad a precios asequibles. La cuestión esencial se sitúa completamente en otro plano, no se puede “ahorrar” en lo que se refiere a la espiritualidad por el simple motivo de que la espiritualidad no tiene un precio, no se puede pagar. Si hay algo que pagar, no se trata de espiritualidad, que no es un bien vendible ni adquirible y por tanto no puede tener precio. Lo que se paga, si se paga, no es la espiritualidad, es el alojamiento y la comida, no la actividad espiritual (zazen, enseñanzas, participación en el culto...). Si es esto lo que se paga, si se piensa en hacer pagar esto, no se trata ya de una práctica religiosa, pierde su carácter espiritual y se convierte en un bien comercial. Incluso si se hace y se hace hacer zazen, ceremonias, enseñanzas, con rigor e intensamente, ya no son formas de espiritualidad, se convierten en formas mundanas. Se trata de una mutación, de una transformación alquímica, por así decir. Aun manteniendo la forma exterior, la sustancia cambia completamente, el oro se vuelve a convertir en plomo. Nosotros no tenemos el poder de transformar el plomo (la tierra, la mierda...) en oro. Es un don gratuito, alguno le llamarían gracia. Pero tenemos, sin duda, el poder de transformar el oro en plomo (en tierra, en mierda...). Sabemos bien que no es por virtud de nuestro esfuerzos que zazen, los ritos, las enseñanzas son prácticas religiosas espirituales, cuando lo son. Pero ciertamente podemos, con solo un pensamiento, transformarlos en productos de nuestro interés, de nuestra superstición, de nuestra vanidad intelectual. En una palabra, de nuestra deshonestidad, más o menos consciente.

Creo que esto debe estar muy claro cuando se ofrece a las personas la posibilidad de participar en un retiro, pidiendo al mismo tiempo un precio establecido en vez de hacer, sin más, un libre ofrecimiento. Habría que explicar de forma explicita, de una manera que no pueda dejar lugar a duda, que el dinero que se pide no tiene nada que ver con la práctica que se realizará juntos, es solo el precio del alojamiento y de la comida y solo para ese fin es utilizado, para dar de comer y techo a aquellos que vienen. De otra forma todo el el esfuerzo, tanto del que organiza, como del que participa, será vano y el precio no valdrá ni siquiera el precio de una vela, por mucho o poco que sea, por el simple hecho de que la vela está apagada, incluso para dar luz.

Abrir y administrar un lugar de práctica religiosa donde vivir de modo santo y conducir retiros no es una obligación, es una libre elección, un lujo en este mundo en el que la libertad de elegir el estilo propio de vida está tan venida a menos; y quien siente este deseo, incluso como imperativo moral, debería realizarlo y mantenerlo a su costa. Creo que aquí vale el principio y el espíritu de la limosna, recibiendo aquello que es espontáneamente dado sin pedir o provocar el don; aceptando solo lo necesario para la vida más sobria posible de los practicantes presentes. Sé de que hablo, por haber “gestionado” yo también durante años lugares de práctica (dojo) y una comunidad residencial y de acogida, y por tanto conozco por experiencia personal los errores que se pueden cometer en este ámbito, por haberlos cometido también yo.

Puesto que considero el tema actual importante y pertinente, y de interés público para cualquier experiencia religiosa y no solo para el pasado, presente y futuro del budismo zen en Europa, me permito exponerlo aquí en estos términos. Gracias.



Giuseppe Jiso Forzani
Julio 2104