El año en el que Maestro Deshimaru murió, una de las sesiones del campo de verano la dirigió Etienne. Etienne fue uno de los primeros discípulos de sensei, fue uno de sus traductores y sin duda formaba parte de su círculo más cercanos.

Después de tanta palabrería insustancial su silencio acariciaba el alma. Años después Raphael habló en un kusen sobre esta sesión y nos contó lo que estaba detrás de ese silencio: “ Cuando le preguntaron a Etienne sobre el silencio que mantenía durante zazen el respondió diciendo – “ mi maestro a muerto ¿qué es lo que yo podría decir?.
Uno de los ocho senderos señalados por Buda es la recta palabra. En general no somos muy cuidadosos con nuestras palabras, con el karma que nuestras palabras originan. Siempre estamos dispuestos a expresar nuestra opinión, a añadir nuestro punto de vista. Sin embargo ¿qué es lo que yo podría decir?. Él que había vivido durante catorce años al lado de su maestro no tenía, en ese momento, nada que añadir a lo que este había dicho. Nada suyo, ninguna visión personal, ningún matiz. Creo que nunca ni antes ni después de esto un silencio me ha parecido tan lleno.
Después de esta sesión decidimos hablar con él para que viniera a dirigir una sesshin que llamamos nacional y que empezó a realizarse una año en Andalucía y otro en Cataluña y naturalmente acabó por responsabilizarse de los dojos españoles y de la sesión que comenzó a traducirse al castellano en la Gendronniere.
No vivió durante muchos años. Cuando en la Gendronniere se enterraron sus cenizas Raphael, en su alocución recordó algo de lo que habló con Etienne en el hospital. Este le decía, no recuerdo exactamente pero era algo así como: “cuando muera mis palabras rápidamente serán arrastradas por el viento y no quedará nada de ellas”. Es posible que hayamos olvidado sus palabras pero al menos yo nunca podré olvidar su silencio.
No era una persona fácil en el trato, su timidez natural le hacía parecer arisco, a veces casi rallando el autismo. Durante los años que vino a dirigir sesshines a Andalucía se solía quedar en mi casa. Cada vez, cada mañana era parecido: me levantaba y preparaba el café, las tostadas. Etienne llegaba, se sentaba, cogía el periódico y más adelante la máquina electrónica de ajedrez y durante varias horas, permanecía allí, aislado, posiblemente olvidando por completo que yo estaba al otro lado de la mesa. Por olvidar hasta se olvidaba de mi nombre, siempre dudaba durante unos segundos como si estuviera preguntándose y este ¿cómo se llamará?.
Una vez en la Gendronniere en que estaba de responsable de las claquetas al regresar a su cuarto para dejarlas levantó la mirada del periódico que leía, me miró por encima de las gafas y dijo sin dudar: “Alfonso, quieres un poco de pastel”. Esa vez fueron sus palabras las que me llegaron al alma.

Luego en la sesshin hubo ordenaciones. Era la primera vez que había ordenaciones en Andalucía. Gloria estaba de secretaría y yo le ayudaba. Nadie sabía muy bien que teníamos que hacer así que íbamos de un lado a otro preparando el dojo al tiempo que tratábamos de ocultar nuestro absoluto desconcierto. En esto llegó Etienne para ver como iba todo, vio el caos que estábamos montando y sonriendo nos dijo: “no os preocupéis, no es tan importante”. Fueron unas ordenaciones muy simples pero…