Cuando era más joven tenía la costumbre de
escribir textos cortos donde hablaba de mis estados de ánimo en ese momento de
una forma un poco abstracta. Otras veces reflejaba en esos textos mis gustos y
preferencias sobre todo, filosofaba un poco sobre determinados aspectos de la
vida, o simplemente me dejaba llevar por aquello que acudía a mi mente sin más.
Denominaba a estos textos “paranoias” y llegaron a convertirse en una forma de
sacar al exterior aquello que de otra forma tal vez no habría podido salir.
Hoy todavía sigo escribiendo sin saber por
qué. No tengo ni necesidad ni deseo de ser leído. No pienso que lo que yo tenga
que decir sea excesivamente importante para nadie, quizás ni siquiera para mí.
Pero la atracción que genera en mi interior aquello que no sirve para nada, me
hace acudir una y otra vez a la escritura al igual que monto en bicicleta o voy
al dojo a practicar. Para expresar lo que soy en ese momento, para ser aquello
que no podría ser de otra forma. Quizás sin comprenderlo demasiado bien y a
menudo sin encontrarle la utilidad.
Recuerdo el impacto que me causó cuando aún era adolescente aquella
tira de Quino, donde se ve a Felipe el amigo de Mafalda guardándose en el
bolsillo todo aquello que encuentra por el camino justificándolo con aquello de
“TODO sirve para ALGO”. Después de
una viñeta en silencio, Mafalda reflexiva responde a modo de pequeño maestro
zen “pero NADA sirve para TODO”. Lo mismo, sin saberlo, aquello fue mi primera
enseñanza…
Dai Ku.
Luis Catalán
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