domingo, 25 de septiembre de 2011

El valor del silencio

Me he permitido copiar este texto publicado en http://teatrevesadespertar.wordpress.com
Creo que no es necesario hacer ningún comentario.


Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras.
Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Esa es la manera de vivir despiertos.
Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y la mente quietos y entonces, aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar sin temor.
Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman “resolver un problema”. Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.
A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante. De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.
La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Afinar el espíritu


A lo largo de nuestra vida la mayoría de las cosas que hacemos, la mayoría de las cosas por las que luchamos no sólo no ayudan a afinar nuestro espíritu sino que lo embotan más y más cada vez.  Practicar es comenzar a caminar en una dirección contraria.  En esta dirección cada acción y cada gesto deben ser un medio hábil para afinar nuestro espíritu.  Por supuesto en la práctica de zazen, en nuestro pequeño dojo. Desde el vestuario manteniéndonos silenciosos mientras nos cambiamos, ordenando adecuadamente nuestras ropas y objetos, dejando los zapatos colocados de la forma correcta a la puerta del dojo, entrando con el pie izquierdo, haciendo gassho.  En nuestro dojo tenemos que montar el altar, poner el buda, cada vez.  Al entrar hacemos gassho, da igual si la estatua de buda no está sobre el altar, la estatua de buda nos es importante, el gesto, el espíritu con el que hacemos este gesto si lo es.  Colocando nuestro zafu perfectamente alineado con la persona que está a nuestra derecha, pero también con la que está a nuestra izquierda.  El lugar en el que cada uno nos sentemos en el dojo no tiene ninguna importancia, alinearnos con la persona de nuestra derecha y con la de la izquierda si.
Armonizando nuestros movimientos durante la ceremonia.  Más rápidos, más lentos no tiene importancia, hacer gassho a la vez si la tiene. Acelerando, ralentizando nuestros movimientos, no hay prisa, si hay prisa ya que lo importante es hacer gassho a la vez.
Cada cosa, cada acción, cada gesto, profundizar en ellos.  Afinar, afinar cada uno de estos, sin ostentación, sin artificio, avanzar juntos, afinar el espíritu, practicar la vía.

jueves, 8 de septiembre de 2011

En memoria de...

Esta mañana en el dojo  hemos recitado el Daishin Darani en memoria de Jhon Kopetz el monje del Dojo de Barcelona que falleció la pasada semana.  Las ceremonias de dedicación son uno de los aspectos esenciales de la vertiente popular de las religiones.  Las ceremonias dedicadas a una persona fallecida sin duda ayudan a que los familiares y los amigos cercanos vean mitigado en algo su dolor. Al resto nos recuerda nuestra impermanencia. Nacemos, vivimos y morimos.  

Alguien escribió: “No entiendo por qué razón los seres humanos tenemos tanto miedo a la muerte teniendo en cuenta que es algo que cientos de millones de otros seres humanos han hecho ya antes que nosotros”.  Si lo pensamos bien los elementos constitutivos de estos cientos de millones de seres humanos están ahora presentes en el agua, en la tierra, en el aire, en cada uno de nosotros, en cada cosa a nuestro alrededor.  ¿Cómo podemos separar a Jhon de todo esto?, ¿cómo podemos intentar separarnos cada uno de nosotros de todo esto?.  Intentamos e intentamos durante toda nuestra vida separarnos, aislarnos, individualizarnos de todo eso, de esa corriente vital para marcar y señalar un espacio particular a nuestro alrededor. Que estupidez.

Hoy hemos dedicado la ceremonia a la memoria de Jhon pero a la vez la hemos dedicado a la memoria de esos cientos de millones de seres humanos que han acumulado las condiciones y circunstancias que nos han traído a este instante. También la hemos dedicado a nosotros mismos, inmersos en la misma corriente de vida-muerte que Jhon y que todos los demás. Y también se la hemos dedicado a todos los que detrás nuestra seguirán tirando de este hilo de vida, hilo de Dharma.  Hilo que recorre este torrente de principio a fin, de fin a principio eternamente. Hoy la ceremonia se la hemos dedicado a Jhon.