lunes, 30 de mayo de 2011

Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza.

Cernuda, el poeta sevillano escribió en Ocnos (un libro de prosa poética primoroso e implacable): "Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza".
LLega un momento en el que el tiempo nos alcanza. Un segundo, un instante en el que el tiempo nos encuentra.  Para la mayoría de los seres humanos, ese instante en el que el tiempo no es algo que está delante o detrás nuestra, esa instantaneidad llega sólo en el momento en el que la muerte nos señala con el dedo.  Para la mayoría de los seres humanos ese es el único momento en el que ser y tiempo coinciden plenamente.

Practicar zazen es ponerse voluntariamente en disposición de que el tiempo nos alcance. Maestro Deshimaru dijo a menudo que al practicar zazen debíamos entrar decididamente en nuestro ataúd. Eso es permitir que el tiempo nos alcance completamente despojados, allí donde estamos, así como somos.

Sin duda también durante zazen navegamos por el tiempo, adelante, hacia atrás, pero la postura, la nuca, las manos, los dedos, la espalda, la respiración son como un ancla que nos retorna una y otra vez a ese instante en el que nuestro ser coincide completamente con el tiempo.

En ese momento, en ese lugar, la muerte deja de ejercer sobre nosotros su terrorífico poder, esa especie de fuerza de gravedad vital que nos aplasta contra el sufrimiento.

Por favor, permitir que el tiempo os alcance, permitirlo una y otra vez.  Cuando lo hagáis, no podréis dejar de sorprendeos con el hecho de que no es la muerte sino la vida la que os sale al encuentro en ese instante.

Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre ha vivido una vez libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?

Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntas de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y abajo, en torno de la fuente, agrupadas, las matas floridas de adelfas y azaleas. 
Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá en el fondo del agua unos peces escarlata nadaban con inquieto movimiento, centelleando sus escamas en un relámpago de oro. Disuelta en el ambiente había una languidez que lentamente iba invadiendo mi cuerpo. 
Allí, en el absoluto silencio estival, subrayado por el rumor del agua, los ojos abiertos a una clara penumbra que realzaba la vida misteriosa de las cosas, he visto cómo las horas quedaban inmóviles, suspensas en el aire, tal la nube que oculta un dios, puras y aéreas, sin pasar. 
Luis Cernuda.  Ocnos





domingo, 22 de mayo de 2011

Nos da miedo la luz


A los seres humanos no nos gusta la luz, la clara luz.  Esa que pone delante nuestra sin matices cada cosa tal como es.  No nos gusta porque nos da miedo ver la realidad, por eso, cada uno de nosotros nos entrenamos durante toda nuestra vida para ensombrecerla, ocultarla, filtrarla, alterarla, para tratar de adecuar su brillo a eso con lo que nos sentimos tranquilos, eso que se enraíza en nuestros hábitos, en nuestra adicciones emotivas.  De esa manera ante cualquier alarma de que la realidad tal cual es pueda alcanzarnos ponemos en “on” nuestra capacidad de desvanecernos en nuestros sueños egocéntricos:  ¡Qué bien se está aquí, que tranquilo se está, el riesgo ha pasado, podemos continuar desfilando entre las sombras!.
Creo que practicar significa en primer lugar hacerse consciente de este proceso en el que estamos inmersos.
Es más fácil cuando lo hacemos juntos, pero juntos o en solitario, este hacerse consciente nunca es indoloro.  Tenemos que remover en la poza de nuestros sufrimientos, levantar el mal olor, tenemos que dejar caer muchas imágenes idílicas sobre nosotros mismos… no, esto nunca es indoloro.

Pero una vez que el proceso se pone en marcha, una y otra vez, con más frecuencia cada vez, comprendemos que todos los esfuerzos que desplegamos para taparlo son inútiles.  No hay otro camino para el ser humano que despejar todo esta obscuridad. No podemos obscurecer eternamente lo que sólo puede ser luminoso. No podemos frenar, detener, eternamente la corriente de la vida. Intentar hacerlo es enredarse más y más en el samsara, en el ciclo de las existencias condicionadas por la ignorancia, por la obscuridad, por el sufrimiento.

Por tanto creo que practicar significa en segundo lugar sumergirse voluntariamente en esta corriente de la vida y abandonarse a ella.  Evidentemente tampoco esto es fácil. Pero esta corriente siempre encuentra la manera de ayudarnos.  Continuamente pone delante nuestra las circunstancias y las oportunidades que nos ayudarán a despertar.  Si esto nos da miedo entonces el dojo no es nuestro lugar.  Sólo los leones y sus cachorros pueden seguir este camino.  Pero no debemos preocuparnos, todos somos leones aunque no seamos conscientes de ello. Sólo tenemos que ponernos disponibles y desde ese instante automáticamente seremos capaces de rugir como un auténtico león. 

domingo, 1 de mayo de 2011

La dicha



A lo largo de los años, en las conferencias y en los mondos, he escuchado infinidad de veces la misma pregunta: ¿para que sirve zazen?, ¿qué nos aporta zazen? ¿cuál es la finalidad de zazen?. 
A lo largo de los años he escuchado casi siempre la misma respuesta: Mushotoku; sin fin ni espíritu de provecho.  Sin duda este concepto de mushotoku es uno de los pilares esenciales en el zen de Dogen, en el zen transmitido por Maestro Deshimaru y en el que ahora transmiten sus herederos.  Sin embargo es evidente que todos, cuando nos acercamos a zazen, cuando nos acercamos a la vía, lo hacemos con múltiples objetivos, expectativas y sueños.  Hay infinidad de ellos y recorren un espectro que va desde los más mundano a los más divino.  Esto es así y el entender, al menos intelectualmente mushotoku, no nos sirve de gran ayuda a la hora de desprendernos de cada uno de estos objetivos.  Aunque lo intentemos con ahínco regresan, reconvertidos de múltiples maneras, en un circuito sin fin.  Creo que dar un primer paso es aceptar que nosotros con nuestra voluntad, con nuestra decisión de hacerlo no podemos desprendernos de estos objetivos.  Sólo zazen puede diluirlos.  Los objetivos con los que nos acercamos a zazen son poco a poco disueltos por zazen.  De alguna manera zazen va desgastando, disolviendo las distintas capas con la que hemos revestido nuestro ego a lo largo de los años.  Nuestras expectativas se marchan junto con estas capas. Esto es así. Es completamente así.  No depende de nuestras capacidades.  Cualquiera que continúe decididamente la práctica puede experimentarlo.
Pero visto esto, la pregunta sigue vigente: ¿qué nos aporta zazen?, ¿qué aporta zazen a nuestras vidas?.  Creo que podemos acercarnos a la respuesta desde múltiples perspectivas.  Me gustaría comentar la que aporta una maestra zen que en sus escritos aborda estos temas de una forma cercana a nuestro bagaje cultural: Joko Beck.
Joko Beck escribe que la práctica de la vía nos aporta dicha.  La dicha no es en este caso sinónimo de felicidad, aunque el diccionario de la Real Academia así lo refleje.  La felicidad tiene siempre presente su contrapunto que es la infelicidad. Buscar la felicidad es condenarse a pivotar continuamente de esta a su opuesto. La dicha por contra incluye momentos felices e infelices, situaciones agradables y desagradables, placenteras y dolorosas. Los míticos cristianos definen la dicha como el estado de espíritu que se alcanza en la continua presencia de Dios, cuando en cada cosa se descubre la presencia divina.
Pero de la misma manera que no podemos desprendernos por un esfuerzo de voluntad de nuestras expectativas en la vía, tampoco podemos acceder por un esfuerzo de voluntad al estado de dicha.  Estar en la continua presencia de Dios o dicho con nuestras palabras: encontrarnos con las cosas tal como ellas son y simplemente asombrarnos, no es algo que podamos obtener es algo que ya tenemos.  Para atisbar este estado no tenemos que añadir tenemos que desbastar, tenemos que quitar, abandonar las capas más bastas, mas groseras de nuestro egocentrismo, de nuestro automatismo a la hora de evaluar, a la hora de enjuiciar.  
Como siempre debemos volver a zazen para realizar esto. A un zazen en el que abandonamos nuestra intención de controlar la respiración y dejamos que la respiración “nos respire”, a un zazen en el que abandonamos nuestra intención de controlar la postura y nos abandonamos en ella con absoluta confianza.  Es en ese momento en el que la dicha es.  Zazen debe ayudarnos a vivir la vida, nuestra vida, desde esta situación de dicha. Cansados, alentados, cabreados, alegres, aburridos, ocupados nada de esto es ajeno a la dicha, sólo necesitamos afrontar, captar lo que está sucediendo aquí y ahora y asombrarnos con ello sin evaluarlo y sin enjuiciarlo.  Hay tensión en esto, implica determinación y sobre todo un enorme nivel de abandono de expectativas.  Lo que sucede en este preciso e irrepetible instante es dicha en estado puro y luego en el siguiente y en el otro. Ahora estamos en la presencia de Dios, Buda o como queráis llamarlo.   Ahora durante zazen, ahora durante nuestra vida cotidiana.