jueves, 6 de septiembre de 2018

Tras el verano...

Un año más, tras el verano, nos encontramos de nuevo aquí, los amigos de la vía, para practicar juntos.  Amigos que son cada uno independientes de los demás. Amigos que deben salir de su casa, que deben descartar decididamente otros compromisos. Que deben venir  a este centro para sentarse juntos en esta sala y apoyarse mutuamente para recorrer la vía.  
Un año más nuestra sangha se reúne y simplemente por este acto de venir aquí y sentarnos juntos, esta sala se convierte en un lugar sagrado.  Lo hacemos sagrado al sentarnos, al inmovilizarnos y al movernos, al guardar silencio y al hablar, al compartir las ceremonias.  La totalidad de este hacer y la totalidad de este no hacer transforma esta sala en un lugar sagrado y también transforma nuestra vida en una vida religiosa y a esta comunidad de individuos independientes en una sangha.
En realidad, para practicar zazen sólo necesitaríamos: nuestra determinación, un cojín y un lugar tranquilo para sentarnos sobre él.  Es así de simple, todo lo demás, absolutamente todo los demás, son sólo medios hábiles, que se pueden cambiar, alterar, eliminar o a los que podemos añadir otros nuevos si las circunstancias cambiantes lo aconsejan.  Pero esta libertad que tiene la práctica de zazen sólo se convierte en sagrada cuando la compartimos con los demás.  A menudo insisto para que no nos apeguemos a ninguno de estos medios hábiles que rodean nuestra práctica, algunos tan ajenos a nuestra cultura y para que les demos sólo el valor relativo que tienen, pero no puedo, al mismo tiempo, dejar de insistir en el valor absoluto que tiene el sentarnos juntos con un mismo corazón.
Juntos, sentados en zazen, transformando este lugar en un lugar sagrado, siempre encontraremos eso que en este instante necesitamos.  Quizás no sea lo que queremos, lo que imaginamos, lo que esperamos, pero siempre será lo que necesitamos.  Sentados junto a los otros, inconscientemente promovemos que cada uno encuentre a cada instante justo eso que necesita en ese instante. No es magia, es simplemente la vida, lo que ocurre es que para entender, digerir, hacer carne, hueso y médula este “simplemente”, necesitamos sentarnos una y otra vez hasta nuestra muerte.
Sentarnos juntos, como iguales.  Potenciándonos, impulsándonos los unos a los otros bajo la única autoridad del Dharma.  Situar la autoridad en el Dharma no es algo fácil de llevar a cabo.  Implica entre otras cosas hacer caso omiso de las jerarquías para sustituirlas por el consenso, el consenso entre iguales espirituales. Esto nunca despierta simpatías, nos da miedo tener que buscar el consenso. A ninguna institución le gusta esto.
Significa también, que una y otra vez debemos esforzarnos juntos en regresar a las fuentes, al origen de nuestra práctica, desprendiéndonos de dogmas inútiles y de verdades que de nada nos sirven si no las transformamos en tareas de una vida.  Esto tampoco es fácil, cada uno de nosotros por si solo no podría, pero juntos, quizás tenemos una oportunidad.

Así que es para todo esto que estamos aquí.  Para desarrollar, para perfeccionar estas tareas que no tienen fin, para el provecho de todos los seres sensibles. Que así sea.

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