Finalmente no podemos negociar. Por supuesto, no podemos
negociar con la vía, tampoco con la vida, tampoco con los demás. Hay un dicho
que está muy vigente en nuestra cultura y que tenemos muy asimilado; dice:
“todo es negociable”. Pero la realidad nos enseña que nada importante en la
vida es negociable. No podemos
negociar el momento de nuestro nacimiento, quienes serán nuestros padres, donde
viviremos, a quien conoceremos, a quien amaremos, odiaremos, haremos sufrir y
para nada cuando y como moriremos.
Nada de esto es negociable, tampoco la vía del Buda, tampoco zazen.
Entender, aceptar, integrar en nuestras células el hecho de
que nada importante es negociable es una puerta abierta. Si la cruzamos, podemos descansar,
relajar los hombros, soltar. Soltar
no implica abandonarse. No es para nada abandonarse en el sentido en el que lo
entendemos en la vida cotidiana.
No quitamos nuestra energía de las cosas que conforman nuestra vida
cotidiana, trabajo, familia, relaciones, etc, pero al tiempo el recordar que nada
importante es negociable reduce el peso, la densidad de cada una de estas
cosas. Nuestra vida puede volverse ligera y cada cosa nos descubre su lado
dulce y hermoso.
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