domingo, 15 de agosto de 2010

Ango-no-maki

“Si no hemos tenido al menos una vez en la vida la experiencia de un Ango, no podemos ser llamados monjes o Discípulos de Buda”.  Esto escribe Dogen en el capítulo titulado Ango del Shobogenzo.
Ango puede traducirse por “permanecer en paz”.  Es un periodo de práctica intensiva  heredero directo de los retiros de verano que durante las grandes lluvias el Buda Sakyamuni tenía con sus discípulos en la India.
Zazen, ceremonia, samu y enseñanza son los pilares de este periodo de práctica.  Pero también es el momento en que la shanga, dispersa el resto del año se reencuentra para practicar juntos.  El momento en el que el carbón se transforma lentamente en diamante por la fricción de la práctica en común.
En Europa, Maestro Deshimaru repartió este periodo de Ango en periodos de lo que se empezó a conocer como Campo de Verano.  Primero un mes, dos meses a partir de adquirida La Gendronniere, divididos en sesiones de diez días.

Según las reglas establecidas por Dogen, los monjes que participaban en el  Ango-no-maki, debían llegar al templo medio mes antes del comienzo de este y permanecer en él,  sin salir, hasta el final del periodo, dos meses después.  En general en Europa es normal que sólo asistamos a uno de los periodos de diez días.  Hay sin duda una evidente diferencia entre esta forma de abordar el ango de verano y la tradición de Dogén, pero para nada esta diferencia afecta a lo esencial.  El zazen, las ceremonias, el samu, las enseñanzas y todo el resto de las actividades del campo de verano practicadas juntos, marcan un momento de intensidad en la que nuestra práctica  se refresca, en la que se  debilitan las estrictas bases sobre las que a veces practicamos,  en las que se nos pone en cuestión y en la que a veces también nuestros fantasmas se despiertan y campan a sus anchas.

En Seikyuji empezamos rápidamente a practicar el Campo de Verano.  Raphael nos ha recordado a menudo durante estos años la importancia de regresar año tras año, al mismo lugar para practicar juntos, para permitir que cada una de las diferentes capas con las que ocultamos nuestra naturaleza original se deshaga, a veces suavemente, a veces de una forma aparentemente más traumática.  Vemos nuestro lado oscuro pero al tiempo descubrimos eso que siempre está ahí, que siempre nos acompaña, que desborda cualquier concepto de dentro-fuera, alto-bajo.  Lo descubrimos para que de nuevo, súbitamente se nos escape.  “Permanecer en paz, volver a la calma” significa también olvidar cualquier idea de obtención, de apropiación.

Año tras año podemos experimentar esto, en Seikyuji, en la Gendronniere.  Amigos no desaprovechéis  esta oportunidad.


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