Me he permitido trasladar a nuestro Blog este artículo de Jiso Forzani publicado hoy en el blog Huellas de Zen. En nuestro dojo, en nuestra práctica juntos, compartimos plenamente desde el comienzo este criterio que expresa Jiso en su artículo. Es bueno que alguién con su autoridad moral lo exprese públicamente.
Huellas de Zen - lunes, 21 de julio de 2014
Los costes de la espiritualidad. Jiso Forzani.
Desde hace algunos años Jiso Forzani desarrolla el rol de Sokan, es decir, Director de la oficina europea de la Soto shu, delegación en el exterior del brazo administrativo del budismo Soto zen japones. Desde aquella alta sede tiene la posibilidad, y a menudo el deber, de observar de cerca como en los distintos “centros” zen europeos es conjugada la práctica religiosa con el dinero. Tras la enésima experiencia, sin citar ningún sitio en particular, nos ha enviado el articulo que sigue, dirigido a todos los lugares en los que se practica zazen. Pero podría igualmente dirigirse a todos los lugares de práctica, independientemente de la religión a la que pertenezcan.
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Los costes de la espiritualidad
Jiso Forzani
Recientemente he tenido la oportunidad de hablar sobre el tema de los costes de participación en retiros espirituales zen (sesshin) y, en general, en las actividades de los distintos centros de práctica zen actualmente existentes un poco por todas partes en Europa. He reunido algunas ideas para una reflexión que deseo hacer públicamente, porque creo que se trata de un tema de importancia crucial. Durante la charla surgió una cuestión planteada de la siguiente manera: hay personas que, aun no teniendo particulares dificultades económicas y que no escatimarían gastos si se trata de adquirir el último teléfono inteligente que haya en el mercado, se sienten obligadas a ahorrar en los gastos de participación en la práctica espiritual, por una especie de ideología de la pobreza. El tema me ha hecho pensar, y cuanto sigue es el producto de mi reflexión.
El problema no es, creo, la actitud de las personas que quieren ahorrar o la oferta de una espiritualidad a precios asequibles. La cuestión esencial se sitúa completamente en otro plano, no se puede “ahorrar” en lo que se refiere a la espiritualidad por el simple motivo de que la espiritualidad no tiene un precio, no se puede pagar. Si hay algo que pagar, no se trata de espiritualidad, que no es un bien vendible ni adquirible y por tanto no puede tener precio. Lo que se paga, si se paga, no es la espiritualidad, es el alojamiento y la comida, no la actividad espiritual (zazen, enseñanzas, participación en el culto...). Si es esto lo que se paga, si se piensa en hacer pagar esto, no se trata ya de una práctica religiosa, pierde su carácter espiritual y se convierte en un bien comercial. Incluso si se hace y se hace hacer zazen, ceremonias, enseñanzas, con rigor e intensamente, ya no son formas de espiritualidad, se convierten en formas mundanas. Se trata de una mutación, de una transformación alquímica, por así decir. Aun manteniendo la forma exterior, la sustancia cambia completamente, el oro se vuelve a convertir en plomo. Nosotros no tenemos el poder de transformar el plomo (la tierra, la mierda...) en oro. Es un don gratuito, alguno le llamarían gracia. Pero tenemos, sin duda, el poder de transformar el oro en plomo (en tierra, en mierda...). Sabemos bien que no es por virtud de nuestro esfuerzos que zazen, los ritos, las enseñanzas son prácticas religiosas espirituales, cuando lo son. Pero ciertamente podemos, con solo un pensamiento, transformarlos en productos de nuestro interés, de nuestra superstición, de nuestra vanidad intelectual. En una palabra, de nuestra deshonestidad, más o menos consciente.
Creo que esto debe estar muy claro cuando se ofrece a las personas la posibilidad de participar en un retiro, pidiendo al mismo tiempo un precio establecido en vez de hacer, sin más, un libre ofrecimiento. Habría que explicar de forma explicita, de una manera que no pueda dejar lugar a duda, que el dinero que se pide no tiene nada que ver con la práctica que se realizará juntos, es solo el precio del alojamiento y de la comida y solo para ese fin es utilizado, para dar de comer y techo a aquellos que vienen. De otra forma todo el el esfuerzo, tanto del que organiza, como del que participa, será vano y el precio no valdrá ni siquiera el precio de una vela, por mucho o poco que sea, por el simple hecho de que la vela está apagada, incluso para dar luz.
Abrir y administrar un lugar de práctica religiosa donde vivir de modo santo y conducir retiros no es una obligación, es una libre elección, un lujo en este mundo en el que la libertad de elegir el estilo propio de vida está tan venida a menos; y quien siente este deseo, incluso como imperativo moral, debería realizarlo y mantenerlo a su costa. Creo que aquí vale el principio y el espíritu de la limosna, recibiendo aquello que es espontáneamente dado sin pedir o provocar el don; aceptando solo lo necesario para la vida más sobria posible de los practicantes presentes. Sé de que hablo, por haber “gestionado” yo también durante años lugares de práctica (dojo) y una comunidad residencial y de acogida, y por tanto conozco por experiencia personal los errores que se pueden cometer en este ámbito, por haberlos cometido también yo.
Puesto que considero el tema actual importante y pertinente, y de interés público para cualquier experiencia religiosa y no solo para el pasado, presente y futuro del budismo zen en Europa, me permito exponerlo aquí en estos términos. Gracias.
Giuseppe Jiso Forzani
Julio 2104
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