Hace unos días, Filip me preguntó sobre el significado de
ordenarse monje zen. Evidentemente yo sólo puedo hablar de mi experiencia personal.
En primer lugar ordenarme monje me permitió expresar de forma simbólica la certeza de haber
encontrado mi lugar en el mundo.
Cada uno va durante toda su vida de un lado a otro como un fantasma sin
pies. Un fantasma que es movido
por cada racha de aire que sopla.
Toda la vida, empujados ,de un lugar a otro, por los vientos cambiantes.
Ordenarse es expresar ante ambos mundos nuestra determinación de asentar
firmemente nuestros pies sobre la tierra.
Inicialmente, esta certeza es más intuida que concreta. Como una pequeña semilla que apenas
adivinamos con nuestros sentidos pero que la práctica, la práctica continuada hace florecer y tomar cuerpo.
En segundo lugar ordenarme significó establecer un vínculo.
Establecer un vínculo con un amigo de bien. Vínculo frágil y sutil en su origen, asentado a menudo sobre
una idealización que deberá disolverse. Pero con la práctica, con la práctica
continuada, este vínculo se fortalece y se convierte en uno de los hilos
conductores de nuestro caminar sobre la vía
Y en tercer lugar también significó una certificación. La que llega a través de la shanga. El maestro da la ordenación pero es la shanga la que la
certifica. Sin esta certificación
de la shanga no tendría para mi ninguna validez.
Estos tres elementos son importantes, pero cada uno de ellos puede convertirse con enorme facilidad en ilusión, en fantasía y en estupidez. Por eso es tan importante nuestra
práctica juntos, en el dojo.
Juntos podemos disolver toda esta estupidez y todas estas
ilusiones.
Hay también otro aspecto sobre el que me
gustaría hablar en otro momento: La importancia,
errónea desde mi perspectiva, que se le da a la “figura” del monje zen. Con ordenación o sin ella nuestra
práctica es esencialmente laica.
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