jueves, 6 de septiembre de 2018

Tras el verano...

Un año más, tras el verano, nos encontramos de nuevo aquí, los amigos de la vía, para practicar juntos.  Amigos que son cada uno independientes de los demás. Amigos que deben salir de su casa, que deben descartar decididamente otros compromisos. Que deben venir  a este centro para sentarse juntos en esta sala y apoyarse mutuamente para recorrer la vía.  
Un año más nuestra sangha se reúne y simplemente por este acto de venir aquí y sentarnos juntos, esta sala se convierte en un lugar sagrado.  Lo hacemos sagrado al sentarnos, al inmovilizarnos y al movernos, al guardar silencio y al hablar, al compartir las ceremonias.  La totalidad de este hacer y la totalidad de este no hacer transforma esta sala en un lugar sagrado y también transforma nuestra vida en una vida religiosa y a esta comunidad de individuos independientes en una sangha.
En realidad, para practicar zazen sólo necesitaríamos: nuestra determinación, un cojín y un lugar tranquilo para sentarnos sobre él.  Es así de simple, todo lo demás, absolutamente todo los demás, son sólo medios hábiles, que se pueden cambiar, alterar, eliminar o a los que podemos añadir otros nuevos si las circunstancias cambiantes lo aconsejan.  Pero esta libertad que tiene la práctica de zazen sólo se convierte en sagrada cuando la compartimos con los demás.  A menudo insisto para que no nos apeguemos a ninguno de estos medios hábiles que rodean nuestra práctica, algunos tan ajenos a nuestra cultura y para que les demos sólo el valor relativo que tienen, pero no puedo, al mismo tiempo, dejar de insistir en el valor absoluto que tiene el sentarnos juntos con un mismo corazón.
Juntos, sentados en zazen, transformando este lugar en un lugar sagrado, siempre encontraremos eso que en este instante necesitamos.  Quizás no sea lo que queremos, lo que imaginamos, lo que esperamos, pero siempre será lo que necesitamos.  Sentados junto a los otros, inconscientemente promovemos que cada uno encuentre a cada instante justo eso que necesita en ese instante. No es magia, es simplemente la vida, lo que ocurre es que para entender, digerir, hacer carne, hueso y médula este “simplemente”, necesitamos sentarnos una y otra vez hasta nuestra muerte.
Sentarnos juntos, como iguales.  Potenciándonos, impulsándonos los unos a los otros bajo la única autoridad del Dharma.  Situar la autoridad en el Dharma no es algo fácil de llevar a cabo.  Implica entre otras cosas hacer caso omiso de las jerarquías para sustituirlas por el consenso, el consenso entre iguales espirituales. Esto nunca despierta simpatías, nos da miedo tener que buscar el consenso. A ninguna institución le gusta esto.
Significa también, que una y otra vez debemos esforzarnos juntos en regresar a las fuentes, al origen de nuestra práctica, desprendiéndonos de dogmas inútiles y de verdades que de nada nos sirven si no las transformamos en tareas de una vida.  Esto tampoco es fácil, cada uno de nosotros por si solo no podría, pero juntos, quizás tenemos una oportunidad.

Así que es para todo esto que estamos aquí.  Para desarrollar, para perfeccionar estas tareas que no tienen fin, para el provecho de todos los seres sensibles. Que así sea.

lunes, 30 de abril de 2018

Mostrando nuestro agradecimiento

Esta sesshin dedicada a la memoria de Maestro Deshimaru llega a su final.  Tras este último zazen ofreceremos incienso en su memoria.  Durante la sesshin, en el altar, hemos tenido una foto suya.  Cuando preparaba la maleta antes de venir para el templo, dude que foto traer.  La primera vez que fuimos Gloria y yo al dojo de París este se encontraba en la Rue Pernety.  Allí compramos una foto, muchos seguro que la conocéis, que le habían tomado a M. Deshimaru durante una sesshin del año anterior.  En esta aparece sensei sentado en zazen, en gassho, recitando el sutra del kesa y junto a él, en seiza, en gassho y en pijama se encontraba el hijo de Ettianne que entonces debería tener cinco o seis años.  Es una foto muy hermosa que tengo desde entonces en el salón de mi casa.  Esta foto tiene una curiosa característica, con los años, la cara, sólo la cara de Deshimaru se ha ido difuminando, hasta hacerse casi transparente.  Ha ido desapareciendo poco a poco hasta dejar sólo una silueta. El resto de la fotografía sigue estando en aceptables condiciones.
Han pasado treinta y seis años desde el fallecimiento de M. Deshimaru.  Durante este tiempo, algunos, han idealizado su recuerdo hasta el punto de casi divinizarlo.  Otros, por el contrario, lo han criticado, y lo critican aún por considerarlo el origen de un zen erróneo.  Y en mi foto, ajeno a todo esto, sensei desaparece, se evapora poco a poco. 

Mostrar nuestro agradecimiento es esencial.  Pero ahora, aquí, sólo nosotros somos responsables de cómo la práctica se desarrolla, de cómo es impulsada hacia el futuro. Sólo de nosotros depende cómo se desarrollará la práctica en nuestros dojos, en este templo, en nuestro país.  No descarguéis esa responsabilidad sobre ningún muerto.  Sólo los vivos pueden poner un pie detrás del otro y avanzar. Sólo nosotros podemos agarrar esta realidad y llenarla con la dignidad de nuestras vidas.  En este instante sólo nosotros estamos en la confluencia de esas dos líneas encontradas: la de las condiciones y circunstancias reunidas por nuestros antepasados que han dado por resultado esto que llamamos yo y la del Dharma protegido e impulsado generación tras generación por un infinito número de practicantes. Todo esto confluye ahora, aquí en nosotros.  Es nuestra responsabilidad.  Una enorme responsabilidad. Aquí de nada sirven las creencias, dejar de ser creyentes.  Las creencias no servirán de justificación a esta vida, con forma humana, tan difícil de obtener.  Las creencias no son de ninguna utilidad cuando se nos ha dado la oportunidad de transitar por la vía.  Así que no nos queda mas que poner toda la atención en cada paso que damos para el bien, para el beneficio de todos los seres sensibles.

Hacer esto si que es una verdadera muestra de agradecimiento.

lunes, 9 de mayo de 2016

El Sutra del Diamante


Creo de enorme interés para nosotros el poder acceder a una traducción del Sutra del Diamante de la calidad que esta tiene. La versión en castellano es de  Roberto Poveda.  Os adjunto también aquí la presentación del texto que Roberto incluye en su blog ( Huellas del Zen)

Entre los sutras Mahayana, dentro del budismo zen existen algunos que ocupan un lugar destacado . Uno de ellos es, notablemente, el Sutra del Diamante, que marcó, según se dice, un antes y un después para Hui-neng, el sexto patriarca. 
Me gustaría ofrecer aquí la traduccion del mismo realizada por Mauricio Yushin Marassi, presidente de la asociación budista zen italiana La Stella del Mattino, y posteriormente vertida por mi al castellano.
Creo sinceramente que dicha traducción ofrece la ventaja de no limitarse a la simple traducción del texto original -competetentemente realizada por un practicante zen que vivió durante cerca de diez años en el monasterio zen japones de Antaiji, uno de los pocos monasterios japoneses, si no el único, cuya opción es la de mantenerse de manera autosuficiente, sin recurrir a las donaciones de sus «feligreses» a cambio de sus «servicios», fundamentalmente funerarios- la de ser una traducción comentada por un practicante occidental, párrafo a párrafo, desde su propia experiencia interior. 
El texto consta, además de la traducción en si misma del Sutra (al principio del libro), de cuatro capítulos introductorios, tras los que sigue el sutra, de nuevo, comentado párrafo a párrafo. Tarea impagable, dada la dificultad intrínseca del texto, plagado de aparentes contradicciones y absurdos.
Tras la lectura del texto (que recomiendo pausada, pues consta de 98 páginas, por lo cual, igualmente, recomiendo que sea impreso -está maquetado 'ad hoc' para ello en formato pdf- para una más cómoda y atenta lectura). Si alguien, después, lo desea, podemos abordar aquí un intercambio sobre el mismo. 
Para animaros a esta tarea, diré que el objetivo del Sutra no es otro que señalar, como dicen que ocurrió con Hui-neng, cuál es la puerta de acceso a la liberación, al nirvana. 
Por ello, a pesar de lo extenso del libro y lo complejo del Sutra, creo que el esfuerzo de una paciente lectura, y una aun más honesta reflexión -mirando hacia si mismos, en lo hondo y desnudos- vale la pena.
Podéis encontrarla la versión pdf aquí 


domingo, 4 de octubre de 2015

La ilusión del Yo

  1. "La aparición de este cuerpo es sólo la aparición de los elementos. Esta aparición nunca deja huellas de aparición.  En consecuencia, la aparición está más allá de la consciencia y de la cognición.  Por eso Buda no dijo: -Yo aparezco-.  Tampoco se trata de que sean otros los que perciban o piensen que los elementos están apareciendo..."

    Kai In Sanmai -  Mestro Dogen

    Traducción : Dokusho Villalba


    Una tendencia científica reciente postula la noción de que la conciencia es una ilusión –lo que ha sido llamado una “ilusión del usuario”. El aparato neurocognitivo, en la riqueza de su procesamiento de información, genera la ilusión de que hay alguien detrás de la máquina, un ser fijo y duradero que integra las percepciones. Este “ser” es sólo un fantasma en el hardware, una imagen o un simulacro permanentemente producido como efecto secundario de procesar innumerables estímulos. Una especie de permanencia retinal en el ojo de la mente. Una falsa noción producida por un paradigma cognitivo dualista: ¿realmente debe haber alguien que conoce, un sujeto y un objeto? 

    Un reciente estudio, publicado en Trends of Cognitive Sciences, teoriza en esta misma dirección, señalando que la conciencia es la reificación de la cognición. Es decir, sólo hay cognición, pero objetificamos lo que es puro proceso y, sin poder asumir el vértigo inasible de la cognición, invocamos la meta-realidad de la conciencia, deus ex machina. Claro que entramos aquí en una zona aporética, lingüísticamente problemática, puesto que entonces no habría quien invoca o quien asume o quien objetifica, sólo disolución (y re-emergencia) perenne en el cambio. (Esto es algo que había sido anticipado por la filosofía de Hume).

    El filósofo Evan Thompson, entrevistado por la revista Quartz para comentar este estudio, explica:

    Los budistas argumentan que nada es constante, todo cambia con el tiempo, tienes un flujo de conciencia cambiando constantemente. Y desde una perspectiva neurocientífica, el cuerpo y el cerebro están en flujo constante. No hay nada que corresponda con la noción de que existe un ser inmutable. 

    El artículo en cuestión concluye que “el procesamiento del yo en el cerebro no es iniciado en ninguna región o red, sino que se extiende a una amplia gama de procesos neurales fluctuantes que no parecen tener una especificidad [self-specific]“. Así que al menos sabemos que el yo (o la conciencia de sí) no está en ningún lugar en específico, que no podemos ubicarlo materialmente. Desde el materialismo científico esto nos lleva a concluir que el ser es la alucinación colectiva de los componentes del proceso cognitivo en todas sus instancias. Una visión espiritualista nos diría que el verdadero yo (el ser) no se encuentra en el cuerpo, o que está realmente en todas partes y por eso no puede fijarse en ninguna. ¿Es posible concebir que la experiencia (la conciencia) ocurra pero que que no tenga lugar (locus) o foco, sino que esté diseminada no sólo por todo el cuerpo sino por todo el mundo?

    Sabemos que el budismo sostiene que el yo es una ilusión. Pero a diferencia de lo que algunos divulgadores científicos creen, no postula que la conciencia no exista, lo que no existe en el budismo es la conciencia individual, el yo fijo. Para nosotros incrustados en un paradigma tan individualista esto es fácil de confundir, puesto que, pensamos, ¿para que sirve la conciencia, si no es algo que podemos tener? Y es que en el budismo y en buena parte del misticismo ocurre lo contrario, la conciencia es algo que nos tiene a nosotros (somos apenas la superficie de un proceso universal). 

    Es justamente la conciencia del no-yo (selfless) la que nos identifica con la totalidad indivisa de la existencia. (“La conciencia es una propiedad fundamental del universo. Donde hay información integrada, hay experiencia”, dice el neurocientífico Christof Koch, o lo que es lo mismo, donde hay experiencia hay conciencia. Si llevamos esta interpretación al budismo, entonces nos inclinaríamos a decir que la existencia del universo en su totalidad, en tanto que es un perpetuo experimentar, es también una conciencia perpetua). 

    En el budismo se cree que el yo y todos los fenómenos que experimentamos desde este nodo de percepción –desde la separación– son ilusorios porque son impermanentes e interdependientes. La impermanencia, o anicca, es la ley de la temporalidad, todo cambia constantemente, por lo cual es un error formar cualquier tipo de apego, especialmente al yo. Sólo de aquello que no cambia, que es eterno, podría decirse que es. La interdependencia, u originación dependiente, pratītya-samutpāda, es la cadena que une a todas las cosas y por lo tanto las ata al ciclo de la ilusión, puesto que, de igual manera que con la impermanencia, de una cosa que no tiene una sustancia independiente, que no puede establecerse más que a través de algo más, no puede decirse que es. Allan Wallace, traductor de textos clásicos del budismo tibetano, introduce a la visión de la interdependencia y la ilusoriedad del mundo del maestro Padmasambhava:

    Cuando Padmasambhava dice que los fenómenos son no-existentes –no están realmente ahí– quiere decir que los fenómenos no existen por su propia naturaleza, ya sea subjetiva u objetivamente. En otras palabras, los fenómenos existen interdependendientemente –su apariencia en nuestra conciencia depende de una multitud de factores y no de que ellos tengan una realidad independiente por su propia cuenta, por así decirlo.

    Cuando miramos detenidamente el mundo, nos damos cuenta que cada una de las las cosas que vemos tiene su ser, su definición y su origen en otra cosa. Sólo hay una cosa que no depende de otra cosa y eso es el todo, la existencia absoluta, y esta es, entonces, la única realidad, Buda (que al entrar en el parinirvana se reconoce como el dharmakaya, el cuerpo de la ley: el universo entero como cuerpo). La existencia absoluta no puede depender de otra cosa, puesto que todo otro es ella también: la totalidad es unidad absoluta. Lo mismo: sólo hay una cosa que es permanente y ese es el devenir de todas las cosas –la cosmogénesis es siempre presencia, instantaneidad pura, caudal infinito. Lo que es permanente no son los seres, sino la existencia misma. Como dice una perspicaz frase: La conciencia no existe. Es la existencia.

    Entramos en terrenos muy esotéricos y controversiales dentro de diferentes escuelas de budismo si afirmamos o negamos que la Existencia es consciente de sí misma (¿su naturaleza puede ser tal que sea conciencia, o más bien mente, pero no conciencia de sí?). Diremos, sin embargo, que las experiencias de comprensión más elevadas descritas por el budismo, las experiencia de samadhi y las intimaciones del nirvana, aunque sea por una limitación del lenguaje, asumen que el estado búdico es una experiencia cualitativa. Una subjetividad que abarca toda la realidad del universo, una integración extática de todas las experiencias en una sola. 

    El parinirvana es descrito como un estado de absoluta felicidad. En el Mahayana Mahaparinirvana Sutra se atribuye a la liberación cuatro características: eternidad, ser, pureza y felicidad. De esto podríamos concluir –aunque existen algunas escuelas dentro del budismo que posiblemente argumentarían en contra– que el ser que pasa hacia el nirvana no pasa a la aniquilación total de su existencia, solamente a la aniquilación de su individualidad, la cual es una ilusión, el craso error de la ignorancia. Ninguna persona podrá ser jamás Buda, pero impersonalmente todos seremos (y somos) Buda. La única identidad posible, real y duradera, es el Absoluto, la Conciencia misma. Dice Manly P. Hall:

    Hay un punto sutil en el hecho de que quien logra la budeidad no es un buda sino el Buda… el académico occidental considera a alguien que rompe la ley como un criminal, mientras que el oriental considera a la persona que rompe la ley como crimen.

    Por otro lado, en el budismo no se considera que la ilusión del yo esté sujeta a la materia, sino al revés, la materia está sujeta a la ilusión del yo. Este ser individual ilusorio persiste más allá de la muerte, una vez que se ha echado a  andar una acción o karma, la cual debe cumplir su consecuencia. El yo no es más que la inercia o la continuidad del karma (es decir, interdependencia, tenue concatenación de hechos). Este ser individual puede existir en diferentes niveles de samsara –el mundo ilusorio–, algunos más sutiles y virtuosos (similares al concepto occidental del cielo) y otros atormentados por un mayor nivel de ignorancia y por lo tanto más infernales. Pero incluso esta existencia en el paraíso o en el infierno también debe disolverse y por lo tanto puede decirse que son ilusorios. Es por esto que se dice también –y aquí existen versiones encontradas– que para el budismo el alma no existe. 

    Sin embargo, este ser que integra distintas experiencias (en múltiples vidas) y puede elevarse a mundos más sutiles y espirituales, incrementando su conciencia y aprendiendo a vivir conforme a la ley universal hasta reintegrarse con el todo, no es realmente muy distinto del alma como es concebida, por ejemplo, en la filosofía neoplatónica, donde también la existencia individual se disuelve en la unidad, la henosis de Plotino, el viaje del Solo al Solo. El filósofo y el adepto de la alquimia, al igual que el boddhisatva, descubren que no tienen más existencia que en tanto participan en la conciencia del Absoluto y todos sus actos filosóficos no son más que el medio para reconocer esto y liberarse de la separación.

    El conflicto entre las diferentes acepciones que se tiene del budismo estriba seguramente en las numerosas escuelas y los procesos de traducción –sin inicación– de las enseñanzas. Puesto que, como se dice en el Sutra del Loto, el texto fundamental del budismo mahayana, las enseñanzas de Buda están ligadas al contexto y fueron transmitidas para acoplarse al entendimiento de sus diferentes discípulos, no buscando un dogma sino la generación de una experiencia de entendimiento.

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    Fuente:http://pijamasurf.com/2015/10/budismo-neurociencia-y-la-ilusion-del-yo/

Shinsankaido - Hossenshiki











lunes, 22 de junio de 2015

Un Budismo secular



Artículo de Stephen Batchelor aparecido en el número de Otoño 2012 de la revista Tricycle. Un magnífico artículo que nos permite acercarnos a lo que autor entiende por budismo secular. Sin duda un elemento más ,de gran valor, para la reflexión personal.





Soy un budista secular. He tardado años en “salir del armario” por completo y aún siento una molesta inseguridad, un ligero halo de traición al declararme en estos términos. Como budista secular, mi práctica trata sobre responder de la manera más sincera y urgente posible al sufrimiento de la vida en este mundo, en este siglo (nuestro saeculum) en el que nos encontramos ahora y en el que se encontrarán las futuras generaciones. Más que alcanzar el nirvana, veo el propósito de la práctica budista como el continuo florecer de la vida humana aquí en la tierra en el marco ético del camino óctuple. Dados los conocimientos existentes acerca de la evolución biológica de los seres humanos, la emergencia del lenguaje y de la conciencia de uno mismo, la sublime complejidad del cerebro y la integración de estas criaturas en la frágil biosfera que envuelve este planeta, no logro comprender cómo después de la muerte física puede haber continuidad de cualquier conciencia o yo personal, impulsada por la implacable fuerza de los actos (karma) cometidos en ésta o previas vidas. A muchos –quizás a la mayoría– de mis co-religiosos, esta confesión les conduciría a preguntar: “¿Entonces por qué, si no crees en estas cosas, te sigues considerando ‘budista’?”

No nací budista ni me crié en una cultura budista. Crecí en un entorno generalmente humanista, no asistía a la iglesia y me eximieron de atender las clases de “escrituras”, como se las llamaba entonces, en el instituto de Watford. A los dieciocho años me fui de Inglaterra, viajé a la India y me establecí en Dharamsala, en la comunidad tibetana en torno al Dalai Lama. Me hice monje budista a los veintiuno y durante diez años recibí una educación monástica formal en meditación, doctrina y filosofía budistas. Incluso en el despertar de los años 60 éste se consideraba un camino altamente incomformista. El budismo, lo poco que se mencionaba en esos días, era desestimado por los principales medios de comunicación occidentales como una preocupación marginal, aunque benigna, de ex- (o no tan ex-) hippies y esporádicos psiquiatras innovadores. Yo hubiera tildado de soñador a cualquiera que me hubiera dicho que, en el lapso de cuarenta años, la meditación budista estaría disponible en la salud pública y un diputado de los Estados Unidos (Tim Ryan, demócrata) publicaría un libro titulado “A Mindful Nation: How a Simple Practice Can Help Us Reduce Stress, Improve Performance, and Recapture the American Spirit” (Una nación atenta: Cómo una práctica sencilla puede ayudarnos a reducir el estrés, mejorar nuestro rendimiento y recuperar el espíritu americano).
El budismo tiene sus orígenes en la India del siglo V aC, y posteriormente se extendió por todo Asia; pero los occidentales no tuvieron la menor idea sobre qué enseñaba y qué sostenía hasta mediados del siglo XIX. El descubrimiento repentino de que el Buda Gautama era un personaje histórico tan real como Jesucristo, cuya influencia se había extendido de manera comparable, fue un shock para el engreimiento imperial de la Inglaterra Victoriana. Aunque un puñado de europeos se convirtieron al budismo de finales del siglo XIX en adelante, no fue hasta finales de los años 60 que el dharma empezó a triunfar “como la coca-cola” en occidente. A diferencia del cristianismo, que lenta y dolorosamente se esforzó para asimilar las consecuencias del Renacimiento, la Ilustración, las ciencias naturales, la democracia y la secularización, el budismo fue catapultado a la modernidad desde las sociedades agrarias y profundamente conservadoras de Asia, que habían permanecido o bien geográficamente remotas o bien distanciadas del resto del mundo mediante aislamiento político. Después de una vida dedicada a los estudios budistas, el académico y traductor Edward Conze llegó a la conclusión de que “el budismo no ha tenido una idea original en mil años.” Cuando las comunidades budistas colisionaron con la modernidad en el curso del siglo XX, no estaban preparadas para los nuevos retos y preguntas que su religión debía afrontar en un mundo global y secular que cambiaba con rapidez.
Sospecho que una parte considerable del entusiasmo occidental por todo aquello budista sea todavía una proyección romántica de nuestras ansias de verdad y santidad sobre aquellas gentes y lugares distantes que menos conocemos. A veces me alarma la predisposición incondicional de [algunos] occidentales a aceptar al pie de la letra cualquier cosa pronunciada por un lama tibetano o un sayadaw birmano, mientras que se mostrarían generalmente escépticos si un obispo cristiano o un catedrático de Cambridge dijeran algo comparable. Creo que la filosofía, la meditación y la ética budistas tienen algo que ofrecer para ayudarnos a asimilar muchos de los dilemas personales y sociales de nuestro mundo. Pero existen verdaderos retos en traducir las prácticas, valores e ideas budistas en formas de vida exhaustivas que sean más que un simple conjunto de habilidades adquiridas en cursos de ‘reducción del estrés basada en la atención’, y que puedan prosperar igual de bien fuera que dentro de los centros de retiros de meditación. Puede que el budismo precise de una cirugía radical si quiere hacer las paces con la modernidad y encontrar una voz que pueda dirigirse a las circunstancias de este saeculum.
Entonces, ¿qué tipo de budismo propone un auto-denominado “budista secular” como yo? Para mí, el budismo secular no es simplemente otra reconfiguración modernista de una forma tradicional de budismo asiático. No es ni un budismo Theravada reformado (como el movimiento Vipassana), ni una tradición tibetana reformada (como el budismo Shambhala), ni la escuela Nichiren reformada (como Soka Gakkai), ni un linaje Zen reformado (como la Order of Interbeing [Orden de inter-ser]), ni tampoco una reforma híbrida de algunos o todos los citados (como la Orden Triratna –antes la FWBO, ‘amigos de la orden budista occidental’). Es más radical que eso: busca volver a las raíces de la tradición budista y repensar el budismo desde cero.

Al explorar esas raíces, el budista secular se encuentra excavando dos campos que fueron iniciados en el siglo pasado por traductores y académicos modernos. El primero consiste en los discursos más antiguos atribuidos a Siddattha Gotama, que se encuentran principalmente en el canon pali de la escuela Theravada. Los angloparlantes somos excepcionalmente afortunados no sólo de tener una traducción completa del canon pali, sino de que ésta esté siendo continuamente mejorada –algo en lo que los hablantes de otras lenguas europeas aún sólo pueden soñar. El segundo de estos campos es el de nuestros conocimientos cada vez más detallados (aunque todavía disputados e incompletos) de las circunstancias históricas, sociales, políticas, religiosas y filosóficas que predominaron durante la vida del Buda, en el siglo V aC en la India. Gracias a académicos como Richard Gombrich, estamos empezando a ver más claramente el tipo de mundo en el cual enseñó el Buda. Juntos, esos dos campos proporcionan un base fértil para el proyecto de repensar, quizás reimaginar el dharma desde cero.
Sin embargo, esta misma riqueza de material también plantea serias dificultades de interpretación. El canon pali es un complejo tapiz de estilos retóricos y lingüísticos, fulgurante de ideas, doctrinas e imágenes en conflicto, todas agrupadas y elaboradas durante unos cuatro siglos. El canon no habla con una sola voz. ¿Cómo distinguir entonces entre lo que probablemente es la palabra del Buda en oposición a una bien intencionada “clarificación” añadida por un comentarista posterior? No estamos aún –y quizás no lo estemos nunca– en un punto en el que estas preguntas puedan ser contestadas con certeza. Sea como fuere, como practicante budista, no acudo a los sermones del Buda en busca únicamente de conocimientos académicos, sino de ayuda para asimilar lo que los chinos llaman el “gran asunto del nacimiento y la muerte”. Es en este sentido que mi budismo secular todavía retiene una cualidad religiosa, puesto que es la expresión consciente de mi “máxima preocupación” –tal y como el teólogo Paul Tillich definió una vez “fe”. Como alguien que siente una urgencia acerca de tales preocupaciones, no puedo sino arriesgarme ahora a opciones de interpretación que luego pueden resultar viables o no.
Mi punto de partida es poner a un lado cualquier cosa atribuida al Buda en el canon que bien pudiera haber sido dicha por un sacerdote brahmán o un monje jaina del mismo periodo. Así, cuando el Buda dice que una cierta acción producirá un buen o mal resultado en un cielo o infierno futuro, o cuando habla de poner punto final al ciclo repetitivo de renacimiento y muerte para alcanzar el nirvana, las tomo como declaraciones determinadas por la opinión metafísica común de esa época más que como reflejo de un componente intrínseco del dharma. De esta manera, doy central importancia a esas enseñanzas del dharma del Buda que no pueden derivarse de la cosmovisión india del siglo V aC.
Como tentativa, sugiero que este “descarte” de posturas metafísicas nos deja con cuatro ideas distintivas básicas que no parecen tener precedentes directos en la tradición india. Las llamo las cuatro “P”s:
1              El principio de condicionalidad
2              El proceso de las cuatro nobles tareas (verdades)
3              La práctica de la atención
4              El poder de la autosuficiencia
Hace algún tiempo me di cuenta de que lo que más me costaba aceptar del budismo eran esas creencias que compartía con sus religiones indias hermanas: el hinduismo y el jainismo. Sin embargo, cuando pones a un lado esas creencias, no te quedas con una enseñanza fragmentaria y mutilada, sino con un marco ético, filosófico y práctico enteramente adecuado para vivir tu vida en este mundo. Así, lo verdaderamente original en las enseñanzas del Buda, descubrí, era su perspectiva secular.
Y cuando pones a un lado los atributos casi-divinos que se cree que la figura del Buda poseía –una protuberancia carnosa en la cabeza, piel dorada, etc.– y te centras en los episodios del canon que relatan sus relaciones, a menudo tensas, con sus contemporáneos, entonces la humanidad de Siddhattha Gotama también empieza a emerger con más claridad. Todo esto apoya lo que el académico británico Trevor Ling conjeturó hace casi cincuenta años: que lo que ahora conocemos como “budismo” empezó su vida como una civilización o cultura embriónica y luego mutó a otra religión india organizada.
Por lo tanto, el budismo secular, que aspira a articular una forma de practicar el dharma en este mundo y época, encuentra su justificación en su retorno crítico a las fuentes canónicas y su intento de recobrar una visión del propio saeculum de Gotama.
Por encima de todo, el budismo secular es algo que hacer, no algo en lo que creer. Este pragmatismo es evidente en muchas de las parábolas clásicas: la flecha envenenada [M. 63], la ciudad [S. 12:65] y la balsa [M. 22] –así como la forma en que el Buda presenta sus cuatro “nobles verdades” como una serie de tareas a llevar a cabo, en lugar de un conjunto de proposiciones a afirmar. En lugar de intentar justificar la creencia de que “la vida es sufrimiento” (la primera noble verdad), uno busca aceptar y lidiar sabiamente con el sufrimiento cuando éste sucede. En lugar de intentar convencerse de que “el anhelo es el origen del sufrimiento” (la segunda noble verdad), uno busca soltar y no enredarse en el anhelo siempre que éste aparece en el cuerpo o la mente. Desde esta perspectiva, es irrelevante si las afirmaciones “la vida es sufrimiento” o “el anhelo es el origen del sufrimiento” son verdaderas o falsas. ¿Por qué? Porque las llamadas “verdades” no son proposiciones que uno acepte como creyente o rechace como no-creyente: son sugerencias de hacer algo que pueda marcar la diferencia en este mundo en el que ahora coexistes con otros.
La “iluminación”, por lo tanto, –aunque prefiero el término “despertar”– no es un descubrimiento místico acerca de la verdadera naturaleza de la mente o la realidad (que curiosamente siempre coincide con la opinión establecida del tipo de budismo que uno practique), sino la apertura a una forma de estar-en-el-mundo que ya no esté determinada por la codicia, el odio, el miedo y el egoísmo. Es de esta manera que el despertar no es un estado sino un proceso: una manera de vivir y compromiso éticos que posibilita el crecimiento humano. Como tal, ya no es propiedad exclusiva de maestros iluminados o yoguis realizados. De la misma forma, el nirvana –es decir, la extinción del anhelo– no es el objetivo del camino sino su verdadera fuente; puesto que el crecimiento humano empieza sus movimientos en ese espacio claro, luminoso y vacío en el que el egocentrismo neurótico se da cuenta de que no tiene base alguna sobre la que apoyarse. Entonces uno queda libre para manar como la luz del sol.
Esta visión del dharma encaja bien con la visión de Don Cupitt de una “ética solar”. En la habitación 33 del British Museum encontraréis un bajorrelieve de arcilla de Ghandara del siglo II dC que representa al Buda como una imagen estilizada del sol, colocada en un asiento, bajo el árbol bodhi. En el canon pali, Gotama se describe como perteneciente al “linaje solar” (adiccagotta), mientras que otros lo llaman por el epíteto “amigo solar” (adiccamitta). Un verdadero amigo (kalyanamitta), remarca Gotama, es aquél que arroja luz al camino que tenemos delante, tal y como el sol ilumina la tierra [S. 45:49]. Pero cuando el budismo fue creciendo como religión india organizada, pareció perder de vista estos orígenes solares y se volvió lunar. El nirvana se compara a menudo con la luna: fría, impasible, remota, y también –como ignoraban entonces pero ahora sabemos– un pálido reflejo de una fuente extraordinaria de calor y luz. Quizás hemos llegado a un momento en el que tenemos que recuperar y practicar otra vez un dharma solar, uno que se preocupe de arrojar su luz (sabiduría) y calor (compasión) sobre y dentro de este mundo, el cual, hasta donde sabemos, podría ser el único que ha habido o habrá nunca.