martes, 9 de julio de 2013

Diario del Campo de Verano



Mi primer campo de verano completo. Me preocupa el calor y  poder aguantar los nueve dias. Recibimiento, besos, abrazos y saludos.  Tengo samu de servicio”. Hay que hacer gomasio . ¿Yo sólo? “pienso”. Me dicen que alguien me ayudara mañana con la genmai mientras llega la que será  responsable del servicio.  Vale, mañana ¿y quién me ayuda ahora? “me resisto en mi cabeza”. No lo he hecho nunca y me acostaré tarde  -¡¡Bien empezamos!! -.  Viene alguien  con experiencia que me echa una mano con las indicaciones y las medidas.
La habitación tiene aire acondicionado, “es un alivio” pero tocan las claquetas y aún estoy machacando sésamo. Duermo mal, primer zazen y primer servicio “¡que desorganización!, no me aclaro cuando tengo que dar el paso y servir”. Estoy muy cansado pero aguantaré los nueve días.
Conozco al resto de personas del servicio “¡estupenda ayuda!”.  Veo a algunos de mis compañeros de habitación que no conocía:  ”Comando Dharma” y “Nacío pá meditá” “jajajaja  ¡qué camisetas más graciosas, me gustan…!”.
Zazen, samu, comida, siesta, samu, zazen. “¡Cuánta gente!” “¡hay que ponerse en segunda fila en el dojo y siguen viniendo más!”. Hace calor, respiración “uf, tengo el pie en mala postura aunque no me duele el estómago…”
Me voy y vuelvo: maletas, familia, coche y otra vez aquí “¡ahora tendré que coger el ritmo de nuevo! Esto es muy cansado, pero por un momento da la sensación de que se mueve sólo”. Zazen, samu, café con galletas, teisho, ceremonia. Mi hija tiene dificultades con el examen de francés y me hace consultas por el móvil.
Empiezo a estar cómodo con éste samu de servicio, me ayuda a concentrarme de forma precisa en el servir y el recoger. Parece que todo fluye mejor. Zazen de nuevo, esta vez bien asentado y el entorno se armoniza. Me sorprende esta inercia,  esta corriente que nos arrastra a dar el siguiente paso.  De nuevo samu, pero hay algo de tensión en esta comida porque algunos se quejan de las posiciónes de las mesas. Las cambiamos para que estén algo más cómodos. La tensión se diluye.
Zazen otra vez. “¿Cuántos zazenes quedan hasta el final? ¡Qué duro es este momento! ¿Dónde está el beneficio de esto?”. ¡Concéntrate en la expiración! me digo. “¿De dónde ha salido ese consejo? Si he sido yo… ¿quién se queja entonces?”.  Suena la campana… “¿ya?”.
Cena especial, pero sin luz…” ¿y estas canciones?”...me duele un poco el estómago…”claro, si se han lanzado sobre la comida como gakis y no han dejado nada…”. Estoy cansado, me voy a dormir.
Hoy dia de descanso hasta las 18h. Vamos a Coripe por aceite, “¡qué a gusto tomar un refresco con un poco de jamón y buena compañía”. Luego piscina y agua, una brazada, otra brazada. Miro como el maestro nada pausadamente. Despacio pero de forma constante, parece como si no tuviera prisa por llegar a ningún sitio, simplemente se sumerge y emerge para volver a sumergirse… “¿es esto una enseñanza?”.
Comemos con un calor tremendo y precipitadamente volvemos al templo para la ceremonia de la tarde. ¡Qué alegría, llega parte de la shanga del Kaiko Dojo para integrarse en Seikyuji!
Comienza la sesshin. 5.30h zazen, respiración, samu, comida, hacer más gomasio, ceremonia, cortar el pan, rellenar tamari, expirar, de pronto en el  kusen: “…escuchar antes de escuchar…” “¿esto qué es? ¿Dónde está esto que acabo de oir?”
¡Qué delicado el sonido que transmite la campanita en la ceremonia!¿cómo desplegar el zagu si no tengo zagu?”...ser monje antes de ser monje…”
Mondo: “¿Lo pregunto? ¿Quién selecciona la parte de la enseñanza  que te toca de alguna forma, aun sin entenderlo del todo?”. Zazen, samu, colas en el baño de nuevo. Último dia. Un monje practica un precepto con un pequeño fuse:  me regala la camiseta “Nacío pá meditá” que me gustaba. Me conmueve este pequeño gesto.
Ordenaciones y última comida de Servicio “¿por qué no nos dicen que nos sentemos? no es justo”. Nueve días aquí para terminar pensando esto. Veo que mi ego sigue ahí, vivo.
Despedida, besos, abrazos y  fuse a los residentes. Veo al maestro y me acerco para despedirme de él.  Me mira, me sonríe y me dice en francés algo de lo que sólo entiendo la última palabra: “continuer”. “Rastrillar” pienso yo que quiere decir. Pero como si lo hubiera oído y quisiera aclararlo, repite sonriente: “continuer”.
Luis Catalán