martes, 9 de abril de 2013

La ordenación de monje


Hace unos días, Filip me preguntó sobre el significado de ordenarse monje zen. Evidentemente yo sólo puedo hablar de mi experiencia personal.

En primer lugar ordenarme monje me permitió expresar  de forma simbólica  la certeza de haber encontrado mi lugar en el mundo.  Cada uno va durante toda su vida de un lado a otro como un fantasma sin pies.  Un fantasma que es movido por cada racha de aire que sopla.  Toda la vida, empujados ,de un lugar a otro, por los vientos cambiantes. Ordenarse es expresar ante ambos mundos nuestra determinación de asentar firmemente nuestros pies sobre la tierra. 
Inicialmente, esta certeza es más intuida que concreta.  Como una pequeña semilla que apenas adivinamos con nuestros sentidos pero que la práctica, la práctica continuada hace florecer y tomar cuerpo.

En segundo lugar ordenarme significó establecer un vínculo. Establecer un vínculo con un amigo de bien.  Vínculo frágil y sutil en su origen, asentado a menudo sobre una idealización que deberá disolverse. Pero con la práctica, con la práctica continuada, este vínculo se fortalece y se convierte en uno de los hilos conductores de nuestro caminar sobre la vía

Y en tercer lugar también significó una certificación. La que llega a través de la shanga.  El maestro da la ordenación pero es la shanga la que la certifica.  Sin esta certificación de la shanga no tendría para mi ninguna validez.

Estos tres elementos son importantes, pero cada uno de ellos puede convertirse con enorme facilidad en ilusión, en fantasía y en estupidez.  Por eso es tan importante nuestra práctica juntos, en el dojo.  Juntos podemos disolver toda esta estupidez y todas estas ilusiones. 


Hay también otro aspecto sobre el que me gustaría hablar en otro momento:  La importancia, errónea desde mi perspectiva, que se le da a la “figura” del monje zen.  Con ordenación o sin ella nuestra práctica es esencialmente laica.