lunes, 31 de mayo de 2010

3.- nos vamos a Francia


Después de esta primera sesshin con Stephan, estábamos lanzados. Ya no podíamos esperar más. Teníamos que ir a Francia, teníamos que conocer a Sensei y practicar con él. Así que cuando nos enteramos que en la navidad de ese año se celebraría, en la recién adquirida Gendronniere, la primera sesshin y que Sensei pondría también la primera piedra del que sería el primer dojo, del primer Templo Zen de Europa, pues no lo dudamos. Era una señal del cielo y teníamos que seguirla.

Y la seguimos con una dosis de decisión absolutamente incombustible.

()En algún momento debería hablar sobre el espíritu del principiante. Pero este espíritu es algo tan inherente a nuestra práctica, tan esencial en ella que no me atrevería yo a tratar de explicarlo o definirlo. Permitidme que haga simplemente un acercamiento a uno de sus elementos. La decisión. La decisión tiene la fuerza de moldear las circunstancias. Permite que las cosas sean como deben ser en relación con la práctica. A veces es posible confundir la decisión con inconsciencia, incluso con fanatismo, pero no nos dejemos engañar una vez más, no tiene nada que ver.()

En esa época ir a Blois, la ciudad francesa junto a la que se encuentra La Gendronniere, no voy a decir que fuera complicado, pero al menos si debo decir que era largo, muy largo, tan largo como un día y dos noches en tren. El penúltimo trayecto, había que hacer un sinfín de transbordos, era entre Hedaya y Saint Pierre des Corps. El tren paraba en Saint Pierre des Corps dos minutos entre las cinco y las cinco y cinco de la madrugada, en nuestro caso la madrugada del 1 de Enero de 1980.
Después de dos días de tren estábamos completamente agotados, pero no podíamos dormirnos ya que pasarnos la estación habría sido caótico. Fue una noche muy larga; en el resto del mundo la gente celebraba el año nuevo y en ese tren nosotros ni siquiera nos acordábamos de nuestros nombres. Conseguimos bajarnos y enlazar con un último tren, el que en menos de una hora nos dejaría, previa parada en absolutamente todos los apeaderos del trayecto, en Blois.

Por fin llegamos, día 1 de enero, seis de la mañana, estación de Blois, nuestra confianza al 110%.

Creo que es el momento de explicar que todo lo que nosotros sabíamos en ese momento sobre la Gendroniere era que estaba en Francia, en Blois y que era un Chateau. Creo que esperábamos que a la salida de la estación hubiera un cartel luminoso que nos indicara la dirección con claridad. Evidentemente no había ningún cartel. Ni tampoco había nadie. Blois a esa hora, esa noche, estaba desierta. Nuestra confianza bajó al 100%.

Después de una hora de deambular por los alrededores de la estación nos habíamos encontrado con tres personas, las tres borrachas. Creo que debo explicar también que nosotros en esa época no teníamos ni idea de francés. Para tratar de que nos orientaran sólo disponíamos de una foto similar a la que podéis ver en la cabecera de la entrada. No sé por qué razón los tres que vieron la foto nos miraron con cara de sorpresa e inmediatamente se descojonaron. Estábamos al 40%.

¡Una parada de taxis!. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Pasaron veinte minutos antes de que apareciera el primer taxi. No creo que en ese momento pasáramos de un 20% de confianza. El taxista se bajó y supongo que nos dijo algo así como: ¿a dónde queréis ir?. Le enseñamos la foto y sorpresa , pareció reconocerla. Aunque os parezca increíble de creer, creo que es el momento de explicar que no teníamos ni una sola moneda en dinero francés (época aún de la peseta y el franco). Es increíble ¿verdad?, pues así era. Saqué mi bonito billete de quinientas pesetas y el taxista con absoluta agilidad mental entendió que no teníamos dinero. Se dio la vuelta y se metió en la oficina que había en la parada. Amigos, en ese momento tocamos fondo, si nuestra confianza llegaba al 5% era de puro milagro.

Posiblemente sea verdad que tienes que llegar al fondo para poder impulsarte hacia la superficie. Porque cuando ya no esperábamos más que una oportunidad para subirnos a un tren que nos trajera de regreso a Sevilla, el taxista salió y nos dijo en un francés que por primera vez en mi vida entendí a la perfección: "Vamos, os esperan en la Gendronniere".

Cuando el taxi enfilaba la carretera que va paralela al Loire empezó a amanecer. Os aseguro que pocas veces en mi vida el amanecer me ha parecido tan bello, tan absolutamente pleno como esa vez. Un cartel anunciaba: La Gendronniere 1km. En ese momento acariciamos el cielo. Alguien esperaba en la escalera del Chateau, alguien que se acercó al taxista y le pagó, alguien que sin saberlo dio un impulso definitivo a nuestra decisión de practicar con esa Sangha, con ese maestro y con sus herederos. Alguien que había recibido la llamada de un taxista compasivo a las siete de la mañana y que no había dudado en ayudar a unos completos desconocidos.

A lo largo de mi vida he pasado -y con toda seguridad pasaré en el futuro- por etapas muy oscuras. A veces insistimos en meter la cabeza en el agua y ahogarnos. Lo hacemos porque nos auto convencemos de que en algún punto del camino hemos perdido, olvidado o enterrado nuestra capacidad de cambiar las cosas. Llegamos a creernos que esa decisión que Gloria y yo teníamos en ese momento en relación con la práctica es cosa del pasado. Es mentira. Siempre ha estado ahí, siempre está ahí. Sólo tenemos que sacar la cabeza del agua y volver a sorprendernos con lo que nos rodea. Creerme es fácil, si yo en algún momento fui capaz por la práctica de coger un tren, sin dinero, sin conocer el idioma, con una foto y una confianza del 110%, sigo siendo capaz de hacerlo, somos capaces de hacerlo. Aunque a veces todo a nuestro alrededor quiera que creamos lo contrario.

Hoy me he pasado. Disculpadme.











domingo, 30 de mayo de 2010

2.- La primera sesshin



Sesshin era una palabra que para nosotros, parecía tener connotaciones mágicas. En aquella época no había casi ningún libro publicado en castellano que tratara sobre zen y lo que había, a parte de mal traducido, dejaba entrever un tipo de Zen que en casi nada concordaba con la vía que Maestro Deshimaru estaba tratando de consolidar en Europa.
De estos pocos libros sobre zen se entresacaban relatos en los que la sesshin se presentaba como un tiempo en el que podía ocurrir cualquier cosa. Parecía que si asistías a una sesshin lo menos que te podía pasar es que tuvieras un satori. Satori, otra palabra con connotaciones mágicas. Así que como ya habréis imaginado, al menos yo, estaba deseando que se organizara en Sevilla la primera sesshin.

Permitidme un nuevo paréntesis ()- Sesshin literalmente significa "tocar el espíritu". Los que a lo largo de los años hemos asistido a multiples sesshines hemos escuchado esto una y otra vez: "Sesshin significa tocar el espíritu". Sin embargo, escucharlo no implica que lo hayamos oído. Penetrar en la sesshin implica nuestra disposición a abandonar las cosas inútiles, volver a las cosas simples, volver a las cosas esenciales. En nuestra vida cotidiana, en nuestra práctica cotidiana esto no es tan fácil. Por esta razón, asistir a una sesshin, dirigida por un amigo de bien, en compañía de la shanga debe formar parte fundamental de nuestra práctica si queremos caminar por el sendero que Maestro Deshimaru nos marcó. Cierrro paréntesis.()

Esta primera sesshin se realizó en Octubre de 1978. Maestro Deshimaru envió a uno de sus discípulos cercanos; Stephan Thibaut y este a su vez vino acompañado por dos de las secretarias de Sensei; Sabinne y Mirelle.

Fue todo un impacto. Maestro Deshimaru era una figura mítica y lejana, así que poder practicar junto a uno de sus discípulos cercanos y junto a dos de sus secretarias, que para más inri eran jovenes y guapas, era como un sueño. Sin embargo, el sueño a ratos se convirtió en pesadilla. Para mi la sesshin no fue fácil. En algún momento llegué a aceptar que saldría de allí en silla de ruedas y que nunca más volvería a caminar. Imaginación y realidad, como tantas y tantas veces, colisionaron de forma contundente. Y por si fuera poco el comportamiento desenfadado de los tres discípulos de Sensei no siempre se correspondía con la imagen de beatitud y sobriedad que me había elaborado. Otra contundente colisión.
Pero todo lo que comienza termina. Aunque con algunas dificultades pero seguía siendo capaz de caminar y además, mientras en el aperitivo brindábamos por Sensei comprendí, que si cuando llegué al dojo por primera vez había sido como volver a casa después de un largo viaje, esta sesshin era como abrir un poco, sólo un poquito, el postigo de la ventana para permitir que algo de luz penetrara en el interior.

Luego vinieron muchas otras sesshines, con Michel, con Roland, con Ettianne, sesshines con Sensei, con Raphael. A veces grandes colisones se produjeron, a veces apenas un leve recuerdo, pero cada vez el aire ha circulado libremente por todas las habitaciones de mi casa. No depende de mi, es el espíritu de la sesshin el que permite que ocurra. Sólo hay que avanzar y ponerse en disposición. Por favor, vosotros que practicais con un espíritu puro, no dejéis que el tiempo pase sin hacer la experiencia.









domingo, 23 de mayo de 2010

1.- Un poco de historia para empezar....o de como hemos llegado hasta aquí


Regresó a Sevilla en 1976. Había vivido en París y allí conoció la práctica. También conoció a Maestro Deshimaru del que recibió la ordenación de monje. Se llamaba Antonio Shoten Orellana y con él empezó la historia del Zen Soto en Sevilla y posiblemente en España.

Yo sólo lo vi en una ocasión, con motivo de una conferencia que dio en la Facultad de Psicología. La verdad, ni él ni sus palabras sobre la práctica me impresionaron mucho. Pero al margen de esto, lo cierto es que en Sevilla encontró un buen caldo de cultivo y aunque el grupo que creó se separó de él en un año y medio la semilla que plantó ha perdurado.

Gloria y yo conocimos la práctica justo en el momento en que el grupo inicial se separó de Antonio y refundó el dojo en un nuevo local. Un día, en una librería especializada, Anatma, vimos un cartel con los horarios de zazen. Dejando al margen la conferencia a la que había asistido en la facultad, nunca antes había leído ni escuchado nada sobre zazen.
Para que podáis calibrar mi ignorancia cuando vi el cartel pensé que hacía referencia a algún tipo de arte marcial. Pero por alguna razón que se me escapa ambos pensamos al unísono que estaría bién ir y ver de que se trataba.

Fue en el invierno de 1978. Cuando llegamos a la calle Barca, de noche, nos encontramos con un callejón, llamarle calle es excesivo, estrecho y muy, pero que muy escasamente iluminado. A mitad de la calle se intuía un cartel, movido por el viento e iluminado por una tenue bombilla. Ese parecía ser el lugar. Ambos nos quedamos plantados al comienzo de la calle tratando de decidir si avanzábamos hacia ese sombrío y amenazante lugar o nos volvíamos y buscábamos un curso de corte y confección por ejemplo.

Avanzamos. Llegamos hasta la puerta y llamamos. Alguien vino a abrir y primera sorpresa: lo conocía. Era Paco, Dokusho Villalba. Teníamos un amigo en común y habíamos coincidido en su casa en varias ocasiones.

Entramos y segunda sorpresa todos los que en el vestuario se preparaban para entrar en el dojo eran conocidos nuestros. Parecía que hubieran hecho un casting y hubieran seleccionado a un plantel de caras conocidas para tranquilizarnos.

Alguien, no recuerdo quién nos acompañó al interior del dojo y nos mostró la postura. Tras breves indicaciones y un leve intento fallido de que mis rodillas abandonaran su contacto con las orejas, antes de que nos diéramos cuenta nos habían abandonado cara a la pared en una postura que a mi me resultaba infernal.

Tercera y la más importante de las sorpresas: tuve la absoluta certeza de que por fin había regresado a casa después de un larga travesía.

26 de Mayo de 2010 ...y entonces me hice adicto al Zen

Completamente adicto. Desayunaba zen, almorzaba zen y cenaba zen. Mis lecturas eran todas sobre zen y en cualquier conversación que iniciaba me faltaba tiempo para introducir hábilmente las palabras, zen, zazen, karma, dharma o similiar. Si en esa época hubiera estado de moda el tatuarse posiblemente habría acabado con un "nacio para el zen" en la frente. En definitiva me convertí de la noche a la mañana en un fanático del Zen.

Era una ironía, había encontrado una vía, un camino de libertad y lo afrontaba desde un sistema rígido de pensamiento, con un comportamiento petrificado que me impedía por completo disfrutar, nunca renunciemos a esta palabra, disfrutar de la libertad del sendero que estaba recorriendo.

La vía, la vida va poniendo cada cosa en su sitio, va limando aristas pero para esto se necesita tiempo. En aquella época, Maestro Deshimaru realmente estaba a dos mil kilómetros. Viajar en avión para nosotros era entonces impensable y en tren tardábamos dos noches y dos días en llegar a París. Aunque rápidamente empezamos a asistir a los Campos de Verano e incluso a las sesiones de Navidad y aunque empezamos también pronto a organizar sesshines en Sevilla con discípulos cercanos de Sensei, aquí todos estábamos igual, nadie tenía la experiencia en la práctica suficiente como para ayudar a los que empezaban.

Y ahora permitidme un paréntesis en este relato:

( ) A lo largo de los años he podido comprobar que las personas que comienzan la práctica de zazen suelen adoptar esencialmente la variante de dos aptitudes extremas. Una de ellas, que se encontraría en uno de los lados del espectro es la que yo adopté, la otra es la que llamo posición del consumidor. La llamo así porque el que la adopta se acerca a la práctica con el mismo espíritu con el que iría a unos grandes almacenes a comprar un frigorífico. Es una posición de puro intercambio. Doy en la misma proporción que quiero recibir y si es posible espero recibir más de lo que doy. El espíritu de las rebajas.
Doy tiempo, el que dedico a zazen y dinero mi aportación al dojo. A cambio espero recibir eso que en mi imaginación zazen me promete.
Lógicamente, cuando la inversión de tiempo y dinero se acumula y el retorno esperado no se produce pues aceptamos que ha sido una inversión a pérdida y pasamos a otra cosa. Cierro paréntesis ().

Es una suerte para nosotros que ahora tengamos una sangha consolidada, un amigo de bien cercano con el que poder practicar y un templo y un dojo en el que poder encontrarnos para practicar juntos.
Pero aunque tengamos todo esto deberíamos de estar atentos para poder acompañar a las personas que se incorporan a la práctica, no sólo con las dificultades inmediatas, físicas con la postura, que también a veces olvidamos esto, sino a niveles más sutiles. Pero bueno esto es un tema para tratar más adelante.

Quiero concluir hoy, ya que no tengo más tiempo para escribir, diciendo que de esta época he heredado también otra cosa: mi absoluta decisión de no aceptar nunca más en relación con la práctica ni fundamentalismos, ni purismos, ni estrechez de mira. Absoluta decisión de no aceptarlos ni para mi ni para los demás.